Las Historias sin terminar

La inspiración: musas o ángeles esquivos

Vale, no somos ángeles pero qué historias la de los ángeles

A la hora de escribir una novela, es muy importante contar con todos los elementos que las hagan interesantes de escribir e interesantes de leer. Sin embargo, en ocasiones percibes que te falta algo, que tienes lo más importante: el meollo de la cuestión y, sin embargo, tienes que aparcar el proyecto que ha arrancado tan bien para un momento posterior.

La historia que os propongo es una historia de ángeles, ángeles caídos, hombres y mujeres. Los ángeles tiene un mandato del Jefe: averiguar qué les sucede a los hombres y mujeres que siguen, tras muchos siglos, indecisos entre el bien y el mal. Así narra la historia uno de los ángeles encargados de hacer cumplir la misión, un ángel que habrá de conocer algo que desconocía en el cielo: el amor de una mujer.




Introducción

(...)

Un ejército de ángeles le había seguido para impedir la ofensa del Hijo de la Luz. Era el ejército más poderoso que jamás se hubiera visto rondar por esos reinos. Si el ejército del Hijo de la Luz era poderoso, el de Miguel era dos veces mayor y más determinado. Los fuegos y vientos cósmicos inundaron durante siglos el Universo. Si los hombres hubiéramos vivido entonces, contemplaríamos a las estrellas fundirse en enanas blancas y éstas en oscuros agujeros negros en instantes, en tan solo unos breves instantes.
El Hijo de la Luz se empeñaba con violencia inusitada, el preferido del Señor arrancaba de cuajo los corazones de los Ángeles inferiores a él. Serafines contra Potestades, negros espíritus que parecían adueñarse del mundo arrastrados por el más poderoso de los Ángeles, el más querido por Dios.
(...)

Capítulo primero. New York, New York
El despertador sonó con estruendo en mi habitación de hotel. El mismo ritual de cada mañana: mi naturaleza comenzaba a pesar, de la lividez del espíritu a la pesada corporeidad. El bombeo del corazón y el bullir de la sangre al licuarse en las venas devolvía el oxígeno a las membranas, a los órganos y cartílagos de mi cuerpo. Los tendones se tensaban y amalgamaban las moléculas musculares. El cerebro, los globos oculares y las vísceras recomponían su estado habitual. Seguía sin acostumbrarme a la naturaleza del cuerpo humano - atractivo, atlético, joven - pero un cuerpo al fin y al cabo.
La misión que me habían dado consistía en introducirme en la naturaleza física y social del hombre, obtener información sobre las razones que tenían para vivir, a pesar de los esfuerzos realizados, sin Dios, Las razones que les empujaban cada día a alejarse de Él a esa distancia prudencial que, si bien, no significaba un rechazo de plano, tampoco suponía un seguimiento fiel.
Los ángeles estábamos hechos a nuestra naturaleza feliz y disciplinada al lado de Aquel que nos había creado y al cual servíamos como mensajeros, pero el hombre era el verdadero quebradero de cabeza del Jefe pues nuestros conflictos habían sido, de forma violenta, solventados en tiempos muy remotos de una forma insatisfactoria para el Rey del Cielo.
Su indisciplina apenas tenía un hueco en su entendimiento, pero amaba tanto al hombre que haría lo que fuera para salvarlo de la condena que le corresponde al que quiere vivir lejos de Él. Esa preocupación había llevado a la Corte Celestial a trasladar a más de cien ángeles al mundo para vivir entre los hombres y descubrir dónde estaba el problema y dónde la posible solución. Yo era uno de esos cien elegidos.
Me levanté de la cama y observé mi cuerpo desnudo. Mi naturaleza corpórea había sido elegida para la misión con el objeto de resultar atractivo a todo el mundo y sin embargo no comprendía del todo qué era lo que los hombres veían en este cuerpo que me ataba a un espacio y a un tiempo concreto y determinado pues en mi otro estado angelical el tiempo y el espacio no son, sino, un obstáculo; bien si nos movemos fuera de él, bien si nos movemos dentro de él; pues podemos saltar de lugar o de momento de la línea temporal en un sentido y en otro. 
(...)
Me había sorprendido en el hombre esa capacidad para empatizar con aquellos a los que amaban, por ellos sufrían y lo hacían más que por sí mismos. Nosotros habíamos madurado nuestro sufrimiento, nuestras crisis habían sido superadas y aceptábamos nuestras pocas limitaciones con mayor naturalidad. Deberíamos aclarar que nuestra crisis, al ser más antiguos en la creación de Dios, fue mucho más violenta y dañina, de hecho, había alterado el orden natural de toda la creación y les había abierto a los hombres la posibilidad de su ruina. 
Me gustaba la representación iconográfica que de nosotros - angelicales figuras - hacían los hombres. Mirándome al espejo desplegué mis enormes alas blancas y dejé caer una espada con unas vestiduras blancas que me cubrían todo el cuerpo. Ese aspecto me parecía alucinante, increíble, Así deberíamos vernos siempre, pero sólo en las ocasiones en que manifestábamos nuestro poder delante de los hombres se nos permitía mostrarnos ante ellos de esta manera, con todo nuestro esplendor.
Sonó el móvil y escondí mi naturaleza angelical bajo el manto del hombre que llevaba siendo cinco meses ya.
(...)



Sí, la historia continua y al final habrá una novela hecha con estos mimbres; pero, mientras aquello que me falta no regrese, quedará en el cajón de los proyectos pendientes esperando a que alguien o algo lo despierte del sueño de los justos, pues la inspiración es esquiva: un día viene contoneándose coqueta y con gráciles movimientos, bien ornamentada y rica en matices y, en otras ocasiones, se esconde vergonzosa y torpe para - quizás - nunca más volver con esas historias que te dejan con la miel en los labios.
¿Será que los ángeles de la inspiración no quieren que siga con la historia?, ¿será cosa de las musas?
Es posible, pero me da rabia pensar que una buena historia pueda quedar simplemente inacabada por falta de inspiración. ¡Ay, las musas de la inspiración!, ¿o eran ángeles?
Aquí tienes mi página web para saber de proyectos finalizados, gracias.

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