Un relato de terror Parte II
Secuencias entre el terror y el misterio
La densa atmósfera
En toda película de terror hay secuencias de máxima tensión. El espectador lo sabe pues la banda sonora cambia en ese momento, anticipando el terror, el miedo, el suspense, la tensión... Son esos clásicos momentos en que la actriz baja la escalera sola y se cierra la puerta mientras todos pensamos. Pero, ¿por qué baja?
Harry Angel - Mickey Rourke - y Louis Cypher - Robert de Niro - en el Corazón de Ángel |
Pues he buscado tres secuencias entre el terror y el misterio para ilustrar el final del Relato de terror propuesto.
La primera es la famosa secuencia de "El resplandor", en la que Jack Nicholson va en busca de Shelley Duvall con un hacha en ristre para descuartizarla. La secuencia de "Here is Johnny!" que tantas veces se ha puesto como ejemplo degran secuencia de terror.
Kubrick era un experto en emplear bandas sonoras intranquilizadoras, basta recordar el uso del "Requiem de Ligeti" en "2001, una odisea en el espacio" cada vez que alguien se acercaba al monolito que todo lo explica: la evolución y la caída del ser humano. ¿No es acaso lo mismo? En esta secuencia de "El resplandor" impacta de forma notable la banda sonora elegida que avisa del terror en su estado más puro.
En la película "El cabo del Miedo", magistral remake de "El Cabo del Terror", Martin Scorsese dirige a Nick Nolte y Robert de Niro en una trepidante película que, sin estar propiamente en el género del cine de terror, maneja su discurso excepcionalmente. Actúan también Jessica Lange y una jovencísima Juliet Lewis que aquí realiza una actuación increíble. Vale la pena ver esta película solo por las interpretaciones tan extraordinarias.
La secuencia de "Abogado, ¿estás ahí?" es una secuencia que pasa de la acción - con una escena memorable de peleas con un juego de planos lejanos y cercanos, objetivos y subjetivos - al miedo con un simple cambio de registro musical tras el extraños ruido que se produce. Esto transmite toda la tensión del momento. El discurso arrogante y enloquecido de Robert de Niro mientras Nick Nolte se encuentra agazapado eleva la tensión y produce una mezcla de rechazo visceral e intranquilidad perfectamente medida.
El debate moral se ha roto, el bueno y el malo se confunden, el bien y el mal se igualan y ya al espectador le parece que la nobleza de comportamiento no está depositada en el abogado amante de su familia sino que estamos hablando exclusivamente de supervivencia. Gran interpretación de Robert De Niro.
Pero más inquietante está - el bueno de Robert De Niro - en "El Corazón de Ángel" dirigida por Alan Parker, en la secuencia donde, mientras come un huevo duro que abre con sus largas y afiladas uñas interpretando al Abogado Louis Cyphre, le recuerda al desdichado del detective privado Harry Angel - Mickey Rourke - que quien tiene una deuda que pagar, debe pagarla..."an eye for an eye" - le recuerda -.
Con la uña rasga la cáscara del huevo duro recordando que en las civilizaciones antiguas el huevo blanco por dentro simbolizaba a las almas. Al final de la secuencia, Louis Cypher, se come el huevo con un rostro arrogante y amenazador. Inquietante y magistral secuencia de algo que llamamos cine y que solo es el producto de la imaginación de algunos. Una imaginación que produce miedo si se elaboran las secuencias con cuidado.
"El huevo simboliza al alma según antiguas civilizaciones" |
El final del relato de terror maneja la idea de estas secuencias inquietantes que se debaten entre el misterio, el suspense y el puro terror.
De
madrugada, antes de la aurora. Parte 2
(...)
Supongo
que este tipo de cosas corren entre los maleantes y juerguistas de la
noche de forma fulminante ya que, desde entonces, a nadie más se le
ocurrió acercarse a esta sala salvo para estudiar y, desde ese
acontecimiento, la gente acudía en masa a llenar las sillas que
antes estaban vacías. Mi sala, la sala de estudios, había alcanzado
el prestigio que mis jefes pidieron, bastó un poco de sangre... Y mi
mano izquierda.
Total,
que las noches eran aburridas y monótonas rutinas que me pasaba
observando las hileras de mesas infinitas sobre la sala; los
perfectos cuadrantes que se alineaban rigurosos como el día da paso
a la noche, como el sol desaparece para mostrar rigurosamente a la
luna colgada en el techo nocturno; entonces la limpieza y pulcritud
se convirtió en mi obsesión.
No
soportaba ver una mota de polvo, una silla fuera de su sitio o una
papelera descolocada. En mi cabeza había ordenado también el tiempo
y sabía que el ocupante de la mesa veinticinco se levantaba a las
tres de la mañana para ir a dar un paseo y regresaba a las tres y
media para ocupar su mesa; otro tanto hacía el de la mesa diecinueve
pero a las cuatro y cuarto, y así tenía a todos con su
comportamiento programado en esta sala. Sentados a mi voluntad,
paseando cuando yo determinaba. Mi sala, mis estudiantes y mi riguroso orden.
Si
un día se levantaba este o aquel a deshora, yo me inquietaba y tenía
la sensación de que algo iba mal, de que algo estaba funcionando de
forma desorganizada. Entonces la tensión y la inquietud me hacían
caer dormido y despertar tras las más terribles pesadillas que jamás
había tenido.
La agitación iba en aumento si, al día siguiente, volvía a suceder algo parecido. Por fortuna, la noche y los
estudiantes nocturnos se comportan de forma más ordenada y
equilibrada que los diurnos, de modo que un día u otro todo volvía
a la normalidad: el de la veinticinco a las tres y media y el de la
diecinueve a las cuatro y cuarto... yo respiraba tranquilo y
permanecía en vela, hierático e inexpresivo hasta la aurora, cuando
mi timbre señalaba la hora de cerrar.
Cuéntame, cuéntame... ¿qué sucedió entonces aquella noche? |
- ¿Qué sucedió, entonces, aquella noche?
“¿Aquella
noche...?” Bueno, permítame que diga “esa” en vez de
“aquella”, pues no la veo tan lejana en el tiempo y se une sobre
ella un sentimiento oscuro, una especie de náusea o desprecio por
“esa” noche precisamente que me impide anteceder a la palabra
noche de otra palabra que supone, al fin y al cabo, una lejanía en
el tiempo o en el sentimiento que no tengo sobre “esa noche”.
Esa
noche... había empezado como tantas otras, con la única diferencia
de que - en el cielo - brillaba una luna llena intensa y luminosa que
embellecía aún más mi sala de estudios milimétricamente ordenada.
Esa luna fue el centro de atención de mi mirada durante largo tiempo
y parecía que crecía cada vez más cuanto más se alzaba por el
negro manto que es el cielo a esas horas. Era una luna perfecta en
redondez que empezó blanquecina, pero que se fue enrojeciendo a lo
largo de la noche y... cuanto más roja se volvía, la gente de la
sala parecía más nerviosa e inquieta.
El
de la mesa veinticinco se levantó a las dos de la mañana y tardó
más de lo habitual en regresar a su sitio, el de la diecinueve hizo
otro tanto, y el de la noventa y dos..., y el de la cuarenta y siete
que parecía como si se le cayera el lápiz siempre sobre el pequeño
pasillo de losetas en vez de la mullida y silenciosa alfombra...
¡siempre en el único pasillo de losetas que había en toda la
sala!... En fin, que la luna me inquietó e inquietó a toda la sala,
pues parecía que todo el mundo quería hablar y reír ese día.
A
cada rato me tenía que levantar para llamarles la atención e
invitarles de forma ordenada y pacífica a que guardaran silencio o
que abandonaran la sala. El silencio, señor, es cosa muy importante
para el estudio... Si hay ruido ya no se puede estudiar y, en mi
sala, el silencio es mi imperio, lo que debo hacer guardar. ¿Me
entiende...?
- Ajá..., siga, por favor.
Bien,
el caso es que la luna desapareció de mi vista a causa de las nubes
y todo se tranquilizó volviendo a la normalidad. Los de las mesas
veinticinco y diecinueve volvieron a su asiento, nadie se reía o
hablaba y el silencio se impuso nuevamente. Entonces...
- ¿Entonces...?
Entonces...
yo me quedé dormido sintiendo el placer del deber cumplido con unos
sueños agradables que apenas me inquietaron, el problema – ya lo
sabe usted – llegó al despertar; justo antes de la madrugada
cuando el sol parecía despuntar en el horizonte. Ya sabe en el
preciso momento de la aurora.
Me
desperté azorado e inquieto como nunca antes me había sucedido.
Sentí dos estruendosos golpes que procedían de la puerta, quizás
dos portazos... No lo sé. El caso es que me desperté y miré
alrededor a toda la sala, la luna estaba prendida aún más luminosa
y enrojecida que nunca..., pero no había ningún ruido. Eché un
vistazo alrededor, miré a todos los lados, y en la sala no había
nadie en absoluto. Nadie... Estaba vacía.
El
ambiente era extraordinariamente extraño, así que me levanté de
allí dispuesto a mirar mesa por mesa, silla por silla... y hasta
debajo de la alfombra si era preciso el asunto. Me levanté y comencé
a caminar por la mullida alfombra y sentí algo pegajoso y viscoso
bajo mis pies, miré... Y algo rojo como la luna había empapado la
preciosa alfombra, mi preciosa y mullida alfombra... ¡era sangre!
Me
acerqué nervioso a la primera mesa evitando pisar el líquido y
pegajoso elemento. A mi paso, las suelas se pegaban y un chirrido
surgía de ellas por el lento pegar y despegar de la misma con la
alfombra. Un chirrido molesto y “cantarín” como el croar de una
rana.
Llegué
a la primera mesa y, al girar, me encontré el espectáculo más
triste y desagradable que jamás había visto. El chico de la mesa
veinticinco aparecía en el suelo tras un reguero de sangre que
procedía de su cuello, me acerqué para intentar cortar la
hemorragia pero al buscar en su cuello bajo su cazadora observé que
no tenía cabeza. Se la habían cortado de forma limpia y
profesional... si es que se puede decir así.
Me
asusté y di un salto hacia atrás; cayendo, golpeé contra otro
cuerpo... el de la mesa diecinueve también estaba sin cabeza...
todos los chicos de la sala de estudios estaban en el suelo muertos y
descabezados. Al fondo, y cerca de la ventana, donde la luna se veía
más roja que nunca estaban todas las cabezas amontonadas como
rindiéndole homenaje. Me acerqué a ella y me miré en el reflejo
que la cristalera devolvía... Allí estaba yo.
- ¿Cómo que allí estaba usted?
Sí,
sí..., como le digo. Allí estaba yo en el cristal, bajo la luna y
sobre las cabezas de los chicos y chicas de la sala de estudios. Me
veía como le veo ahora a usted mismo, señor comisario, como un
reflejo de largas vestiduras negras y una capucha que tapaba mi cara.
Una especie de hábito incómodo y oscuro. En mi mano alzaba una
guadaña de la que caía sangre lentamente, gota a gota... Como si
una gota fuera un segundo... Y cada gota formaba un charco en el
suelo...
Después
aparecieron las luces azules y rojas de su policía iluminado la
noche, la luna se ocultó y el sol apareció por el horizonte...
amaneció. Con la aurora llegó un chico sobre una blanca camilla
portado por dos enfermeros y rodeado de policías, sangrando a
borbotones en su pecho pero vivo. El chico con los ojos desorbitados
y pálido como la luna al comienzo de la noche me señalaba a mí
como culpable de esa masacre.
Pero
yo sólo recuerdo, señor comisario, que no había silencio, que
todos hablaban y chillaban, vociferaban de forma asfixiante y hasta
creo que, en alguna ocasión, se reían de mí cada vez que les
llamaba la atención, una risa histérica como un chillido de miedo y
espanto que salía de sus bocas apestosas ocultando el silencio, el
perfecto silencio, el bello silencio... No había silencio señor
comisario, y eso en la sala de estudios, en mi estudio, en mi sala...
no lo puedo consentir.
El
comisario miró alrededor en la soledad de la sala, a mi espalda la
ventana y una única mesa que nos separaba. Los dedos del comisario
tamborileaban sobre la mesa de modo cada vez más apresurado y
nervioso. Un sonido que me inquietaba cada vez más. De repente el
sol enrojecido me golpeó en la espalda y sentí un "click" en mi cabeza... creo
que me quedé dormido... un filo se iluminó por debajo de la manga
de mi chaqueta... vi sangre... cristales rotos... y sentí el crujir del tejido,
los huesos y las médulas espinales al partirse quebradizas...
Desperté
en el reflejo de una cristalera y me pude ver con una larga guadaña,
una vestidura negra que me cubría por entero y en mi mano, sujetada por los
pelos, la cabeza sanguinolenta del comisario... las gotas caían lentamente en el suelo dejando un reguero de una mullida alfombra roja por toda la ciudad... los cuervos me seguían amenazantes... Todo fue por ese maldito
tamborileo en la mesa de madera que quebró el silencio... el bello silencio.
Me vi en un reflejo con un largo manto y una guadaña en la mano, la sangre caía lentamente... |
FIN
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