Adivina quién viene a cenar esta noche (I)
La ancianidad
¿Y si todo se olvida?
Muchos hemos visto casi siendo niños aquella película memorable de "Adivina quién viene a cenar esta noche", una película donde las costumbres tradicionales parecen tambalearse ante la posibilidad de que (en los años 60) una mujer se casase con un hombre negro.
Sin embargo, cuando hoy veo esta película observo cosas bien diferentes. Ya no me interesa tanto el tópico de mujer blanca encuentra a hombre negro o viceversa y tiendo a fijarme en el papel de unos padres ya ancianos.
Y aquí destaca el papel de Spencer Tracy y Katherine Hepburn, sobre todo en el monólogo final donde - más allá de un fuerte convencionalismo social - destaca la buena interpretación de Tracy y la no interpretación de Hepburn.
Tracy tiene el arte de llevar la situación de Sidney Potier (médico preparado y con prestigio) con su hija a compararlo con la propia situación y con la de su propio padre (cartero hecho a la vida dura donde nada se regala) y la de su propia madre. Eso que se llama empatizar.
Y lo cierto es que esa secuencia trasciende lo imaginable cuando sabemos hoy que la historia entre Spencer y Katherine fue una difícil relación de amor donde los convencionalismos sociales, el alcoholismo y la enfermedad del actor jugaron un papel importante.
Poco después, Spencer moría como consecuencia de una enfermedad de la que ya tenían conocimiento en ese momento; con lo que esa interpretación de una emocionada Katherine (emoción real que se puede apreciar perfectamente en la escena) y un convincente Tracy quedará para los anales de la historia del cine con toda su carga de verdad y su verdadera realidad que no realismo.
"Nada importa el problema de pigmentación si el sentimiento entre ambos es sincero," Bendecirá así Spencer a la joven pareja.
Este pequeño homenaje a esta gran película y a estos extraordinarios actores sirve de preámbulo de la primera parte de un relato que tiene mucho que ver con la ancianidad y lo que sucede cuando todo se olvida. Un homenaje, pues, a esa época de la vida en que sabes lo suficiente como para dar buenos consejos y, azares del destino, sin embargo se te olvidan.
CUÉNTAMELO DE NUEVO
PARTE
1
Mi
nombre... quisiera acordarme pero no puedo. Tengo una vaga sensación
de haber sido un aventurero con una vida plena, pero por más que me
empeño no consigo recordar cómo me llamaba. A veces, me aparecen
vagos flashes que se encienden y se apagan de forma repentina y,
otras veces, mi memoria se hace como un saco negro y profundo que se
siente tenebroso y oscuro a fuerza de haberse llenado demasiado. En
ocasiones, esos recuerdos que no veo pesan dentro mismo de ese saco.
Los
flashes de recuerdos son extraños fenómenos puntuales y resultan de
los rostros que me encuentro a mi lado o de situaciones
extraordinarias que perforan la membrana misteriosa de la memoria
utilizando los sentidos para ello. Cada mañana, se sienta enfrente
de mí una niña de pelo ensortijado y ojos despiertos con una
sonrisa viva y contagiosa. Esta mañana, sé que le devolví la
sonrisa cuando ella dijo... “abuelo”
“Abuelo”...,
pensé que esa palabra tenía un gran significado, que era agradable;
pero apenas tenía traducción en mi abotargado cerebro. Sin embargo,
esos ojos chispeantes y vivos que sonreían más que su propia boca,
provocaron uno de esos fogonazos en mi cabeza. De repente, recordé
unos niños que corrían por el parque y a mí mismo nervioso y
divertido a su lado. Con mi anciana mirada atravesaba en los
recuerdos muchos años y observaba que yo mismo escapaba tras un
balón hecho de retazos, de telas viejas.
Los
niños gritaban mi nombre,... pero yo era incapaz de percibirlo. Los
veía correr felices en el recuerdo y a la vez, miraba la sonrisa de
esa niña que me decía abuelo, palabra que se pegaba a mis labios
para ir muriendo lentamente cuando mi memoria se apagaba de nuevo en
esa oscuridad inmensa y absorbente, pegajosa y triste.
Luego,
la niña de tez pálida y sonrisa abierta desaparecía dejando paso a
esa amable mujer que me lleva de un sitio para otro en esta silla
chirriante y cómoda entre pasillos claros y diáfanos, limpios y
casi transparentes. Esa mujer de blanco que aparece como de un
escaparate: obligatoria, pero amable.
Tengo
la sensación de que mi cuerpo pesa una tonelada y que es de noche
casi siempre. Sin embargo, hay un momento en el día en que soy
feliz. Un momento que yo guardo para mí, cuando me conduce por el
túnel que me lleva al jardín que debe ser pequeño, pero que yo veo
inmenso, verde y luminoso con sus distintas especies y tonos
esmeraldas y brillantes, el fulgor de las hojas me conduce tranquilo
a un estado de embriaguez casi juvenil.
Allí
sentado puedo ver un árbol engalanado con sus flores de un rojo
burdeos intenso, un camelio. Ese camelio con sus hojas acrisoladas y
brillantes, con su olor intenso a primavera – aunque el frío
todavía llene y ocupe el día – me trae recuerdos de una vieja
plaza.
Ésta
viene a mi memoria tras otro fogonazo de luz y gracias a los olores
de las camelias que intensamente ocupan las fosas de mi nariz,
entonces yo me esfuerzo en aspirar ese aire porque deseo más que
nadie en este mundo ese recuerdo de esa plaza. Me encuentro sentado
en ese banco escuchando una voz melódica que me hace carantoñas,
una mano de mujer joven y bella con unos ojos idénticos a la niña
que me entrega un mar de brillos casi cada día, recorre mi cuerpo
mientras yo me río entre dientes.
Me
habla siempre, de forma permanente, pero nunca consigo recordar lo
que me dice. Veo su rostro y sé que me nombra, pero sus palabras
quedan pegadas en ese manto negro que rodea mi memoria cuando se
producen esos destellos de luz. Deseo comprenderla y retenerla en mis
brazos y siento un irrefrenable impulso de besarla, pero cuanto más
me acerco, cuando me pego a ella,.. desaparece de mi nariz el olor a
camelia y, con el final de este olor, vuelve el manto negro a mi
memoria.
Entonces,
mi silla sollozante resulta conducida por el mismo pasillo de antes
retrocediendo ahora hacia las duchas. Allí, a veces, tengo la
sensación de otra luz, pero son pocas las ocasiones en que se
produce. Cuando esto sucede, dejo que el agua caliente resbale por mi
cuerpo anquilosado, viejo y arrugado y siento nuevamente una imagen
de un recuerdo pasajero. Me veo cayendo de un barco siendo joven, un
barco alto de esos que tiene piscina, discoteca, restaurante... Al
caerme, percibo a una mujer que grita pidiendo ayuda.
Es
un recuerdo aciago porque siento que el agua me golpea con violencia
y noto como mi cuerpo se desmaya, luego alguien me recoge y me siento
bien, vivo..., pero no oigo nada. Un vacío de sonidos ocupa el
recuerdo como el manto negro que anega mi cabeza. Entonces, en mi
puzle de recuerdos, me acuerdo que perdí el oído cayendo de ese
barco y, durante años, fui sordo. Recuerdo los abrazos cariñosos de
la misma mujer que me acompañaba bajo el camelio en flor y, a su
mirada, vuelvo a sentir el olor de la primavera aunque con ciertos
aromas de otoñal preocupación
La
amable mujer de blanco que siempre me acompaña lleva escrito su
nombre en una placa, pero soy incapaz de recordar qué significa cada
una de las letras, incapaz. A veces, cuando lo intento, siento mi
cerebro aturdido y bloqueado y me esfuerzo por quitar la vara que
impide su funcionamiento... entonces, una lágrima cae lentamente por
mi rostro hasta las comisuras de mis labios.
Intento
levantar la mano para secarme y acierto en ocasiones, pero palpo una
cara rugosa y fuerte que apenas puedo recordar. Una cara con una piel
gruesa como un estrazo y violentamente rugosa y árida. Nervioso,
pido un espejo, pero no me entienden. Repito nuevamente lo que pido,
y siguen sin entenderme. Entonces, sucede que me enfado e intento
tirarme del asiento, pero no puedo y cuando alguien me sujeta..., me
olvido del motivo. Dejo de recordar que pedía un espejo.
Otras
veces, cuando descanso en una sala rodeado de ancianos callados con
babas por sus labios y dormidos de por vida miro una cristalera que
devuelve nuestra imagen e intento reconocerme en ella. Veo a un
hombre grande y mal encarado, medio dormido y en pijama. Procuro
mirar al fondo de los ojos para intentar reconocerme. Y veo otra
mirada dormida, casi muerta. Unos ojos oscuros como cuervos
silenciosos y malvados que los llenan, una mirada triste y perdida,
como harta de hacer inútiles esfuerzos por mirar, por recordar años
que eran míos y siento un patrimonio de recuerdos que he perdido.
Continuará(...)
Dentro del Pozo no tiene que ver con los convencionalismos salvo que es una novela poco convencional porque se desarrolla dentro del mundo de los sueños, de venta en CreateSpace y Amazon.
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