Jugamos como nunca, perdimos como casi siempre

Cosas del baloncesto

Microrrelato-homenaje a Camilo José Cela

Como este blog es mío hago en él lo que me da la gana - veremos si os convenzo - y volveré a mezclar churras con merinas, advierto. Las churras es el baloncesto y las merinas un microrrelato con el que no gané un concurso, un microrrelato ganador (en mi soberbia opinión). ¿Por qué mezclo estos dos conceptos?, que diría un cocinero del tipo de David Muñoz (o sea, Dabiz Muñoz, el de Diverxo) cuando mezcla la cocina Tailandesa con la Gallega, que nada tienen que ver, salvo que ambas emplean buenas gambas.


Los héroes caídos de la infancia. Portada de Gigantes tras la muerte de Fernando Martín

Pues muy sencillo, porque el baloncesto fue el deporte que más practiqué, que más me gusta y con el que disfruto casi siempre que lo veo o practico. Empecé con el baloncesto siendo muy pequeño básicamente porque no jugaba bien al fútbol - vamos, ni malo ni bueno, del montón -. El baloncesto supuso, en ese mundo infantil de las jerarquías incómodas, un plus de prestigio entre mis amigos y compañeros (que no es lo mismo).

Adoraba jugar a este deporte, esperaba con nervios los días de entrenamiento y partido; y solo el hecho de aspirar a ser un base bajito truncó una carrera de éxito (o al menos eso soñaba yo, como tantos chicos de mi edad). Vamos, yo crecí, con un balón de baloncesto en las manos mientras intentaba hacerlo girar sobre un dedo o pasar por debajo de las piernas o soñaba con ese tiro imposible que nos diera la victoria definitiva, la copa y el mundial - como tantos otros niños de mi edad -.

Espectacular tapón de Nate Davis (estrella entre las estrellas) a Chicho Sibilio

Asistía a los partidos del equipo local de mi ciudad que jugaba en la ACB. Como todos los chicos de entonces, nos alejábamos de los mayores y nos acercábamos para ver el partido al borde de la pista mientras una densa nube formada por humo de tabaco impregnaba la cancha de baloncesto ocupando el espacio visible como la niebla londinense sobre el Támesis.

Hoy, las canchas están libres de humo, y los niños son los reyes de la casa que se sientan en el mejor asiento; pero entonces era diferente: los niños éramos libres de sentarnos al ras de suelo al lado de los jugadores, estrellas rutilantes de un firmamento inaccesible... Aseguro por lo más sagrado que el olor al cuero del balón y al serrín que soltaba el parqué resultaba embriagador por aquel entonces. Cosas que se pierden cuando creemos que el mejor asiento es mejor que ser libres.

Canchas atestadas de humo, niños a los pies de sus estrellas, el baloncesto en los 80
Pues tengo la sensación de haber participado en esto del baloncesto jugando como nunca (enamorado de este deporte hasta las trancas) y perdiendo como casi siempre por culpa de no medir dos metros y por el empeño de aquel "estúpido" entrenador de obligarme a jugar de pívot cuando yo quería ser base...; bajito sí, pero base. Así son las cosas, pocas veces, pero a veces, la culpa es de los demás o de nadie. Como aquel tiro de Pau Gasol contra Rusia que se salió de dentro y por el que perdimos los españoles nuestra Eurocopa en Madrid... Solo mala suerte.

Perder, perdimos muchas veces... pero también ganamos muchas otras. España campeona del mundo en Japón

Ya, ya sé, que en Argentina se quejarán del último triple fallado en la semifinal del Mundial de Japón que les impidió pasar a la final y tras la cual, España ganó su primer Mundobasket. Es verdad, a veces, también jugamos como siempre y ganamos como casi nunca, pero hoy estamos hablando de cuando sucede lo contrario. La suerte a veces juega a favor.

Por cierto, qué gran recuerdo aquel en que el seleccionador reivindicó esta memorable palabra: "ba-lon-ces-to". A mí, también me gusta el fútbol y otros muchos deportes, pero es que el baloncesto fue el fetiche de mi crecimiento, el talismán que me hizo crecer colándome por las vallas de los colegios los domingos por la tarde solo para jugar a baloncesto como yonkis con el mono de conseguir un triple histórico; y así, conocer la vida tal y como es: un rato en el que a veces se pierde (muchas veces) y otras veces se gana (pocas, ¡pero qué buenas!)..., la cosa es que hay que jugarla.

En la NBA - de madrugada - soñábamos con estos tres figuras. Las leyendas nunca mueren


Ahí va mi triple decisivo en forma de microrrelato... ("que entre, por Dios, que entre")

IRIA
Homenaje a Camilo José Cela

Yo, señor, no soy malo; pues nací entre las lluvias y los vientos de un invierno rodeado del verde de una tierra construida con la paciencia que da la lluvia. Crecí en una casa sombría amamantado por una institutriz alemana.

De las gotas de melancolía que ofrece la naturaleza, señor, y de la recia educación recibida surgió este gesto autoritario que hoy aprecia. Si añadimos que me entregó un cuerpo generoso y una cabeza bien armada, ¿qué quiere que le diga?, tomé el papel que ella me dio: adusto en las formas y paciente en el alma. Yo, señor, soy un hombre hecho a las características que me dio el Divino Hacedor.

Añadamos que los tiempos muertos fueron muchos y que esos vientos quisieron someter a un niño fuerte al hacinamiento en una casona donde su ulular violento hacía golpear las ventanas en el silencio de la tarde, entre el crepitar lastimero de la lluvia y un sonido de gaita que nacía de la misma piedra. Fui de andanzas libertarias para evitar a la cerril institutriz que me confinaba a aquel rigor. Entre vientos, huía a las fiestas populares en busca de otras enaguas cuando la adolescencia me gritaba: ¡escapa!

Señor, el deseo de libertad también me llevó a leer libros prohibidos entre las bambalinas de la casa, lugares donde nunca alcanzaba la mirada de mis padres. Allí es donde aprendí a ser contador de historias, forjador de personajes y arquitecto de novelas que me dieron el renombre por el que quedé para la historia.

¿Qué tiene que ver Iria Flavia con el baloncesto? Diría Dabiz Muñoz que "el concepto". Esa es la respuesta


FIN

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