La tormenta - 1ª parte
las leyendas atlánticas
Gaviotas, cormoranes e historias de piratas
Cuanto más aislado es un entorno, cuanto más batido por el mar e inaccesible por tierra, más mitos y leyendas encierra su historia. Propio de estos lugares son las historias de naufragios en medio de la tormenta, las historias de buques fantasmas que reaparecen en medio del invierno, quizás en medio de una gran tormenta.
Mitos y leyendas atlánticas 1 |
Sin embargo suelen ser lugares con un entorno paisajístico y biológico extraordinario. Poblaciones de aves magníficas sobre el acantilado marino que ruge de forma espectacular lo días de ventisca, marejada o tormenta del invierno.
Pocos se aventuran a acercarse a las islas dominadas por un faro que resiste imperturbable a las furiosas olas atlánticas, pocos los que osan ponerse de frente a esos vientos impetuosos que arrasan piedras y conducen mitos que cobran forma de leyenda entre las buenas gentes de sus pueblos.
Aquí os presento una leyenda, un mito, alimentado por espurios intereses..., o quizá no. Espero que os guste esta historia escrita en dos partes sin olvidar que las leyendas atlánticas están construidas sobre aquel que llamaban los romanos el "Mare Tenebrosum" y los árabes "el mar de las tinieblas", con lo que conviene acercarse a ellas con el respeto que se le debe a las olas que a tantos ha hecho sucumbir.
Mitos y leyendas atlánticas 2 |
LA TORMENTA
Primera parte
Dejamos el puerto con
el ánimo encendido; según se iba alejando la motora, el pueblo se
hacía más pequeño. Perdían importancia las personas y lo cobraba
el paisaje a modo de postal inolvidable. Las casas en tonos blancos,
oliva y terracota componían una melodía abigarrada y excelsa, como
el dibujo de una partitura rica en matices individuales pero con un
conjunto armonioso y de virtud acrisolada.
Así, el pueblo se
fundía con el paisaje como parte integrante del mismo, las montañas
con sus colinas nevadas al fondo y los pastos inferiores lo orlaban
dándole importancia; como si hubieran sido pintados exclusivamente
para su lucimiento. Al cerrar los ojos quedaban apenas manchas como
si compusiera una bandera azul, blanca, verde, anaranjada y azul
nuevamente.
El pueblo se dibujaba
como una estampa bella, imperecedera y eterna. Un pueblo entre el
cielo y el mar. Los reflejos del sol en los cristales hacían
reverberar al mismo pueblo como si las almas que lo habitaban nos
despidieran de modo alegre y vivaz.
La lancha sorteaba a
los pequeños barcos de pesca entre el graznido de las gaviotas y el
vuelo rasante de los cormoranes que planeaban entre las rocas de los
acantilados expuestos a la intemperie en los dos extremos de la
ensenada que cobijaba al pueblo.
El cormorán en busca de su presa en el Océano Atlático |
Pudimos sentir el
zambullido lejano de uno de los cormoranes en busca del preciado
alimento, la zambullida eficaz dejándose caer desde lo alto para
salir a los pocos segundos con el codiciado pez robado del fondo del
mar.
Al paso de la motora
que se zambullía por momentos saliendo rebotada poco después del
agua crsitalina, se veían los aparejos desordenados sobre las barcas
acabando por constituirse en bodegones dignos de ser pintados por
algún artista. Me dejé sentir como tal pintor entre cuadros,
extasiado por la belleza del lugar.
A mi lado, Sue,
admiraba en silencio esa belleza como dejándose marcar por un
momento único, abrigándose con mi cuerpo y con sus propias ropas
del fuerte viento procedente del mar abierto.
- Sujétense con fuerza, ya salimos – Con una fuerte voz, nos avisaba que dejábamos la ensenada y que aceleraba la motora una vez superadas las maromas y la barca de la ensenada. La motora ascendía y descendía de forma armónica al compás de las olas, dando un salto entre la cima y el valle de los mismos. El trayecto se convirtió en un jarreo de agua incesante que golpeaba el rostro con una extraordinaria sensación de ingravidez hasta que se depositaba nuevamente la lancha en el agua. - Llegaremos en diez minutos a la isla... Tengan cuidado allí, solo el mantenedor del faro se acerca algún día para ver que todo va bien. Sobre esa isla hay... unas cuantas leyendas, ya saben.
- ¿Leyendas? - Preguntamos al unísono.
- Desde luego que sí. Dicen que allí habitaba el Pirata Tresdedos durante el siglo XVIII y que, a consecuencia de su disparatado comportamiento, naufragó un buque de línea que hacia la ruta hasta la ciudad de Nueva York quedando varada la nave en sus bajos y restingas. Todos murieron...
- Es una historia muy interesante, pero nosotros solo vamos a observar a las aves oceánicas... En concreto venimos a estudiar el comportamiento del Alca Torda. Sabemos que han anidado en las rocas de la Isla de Roda...
- Sí, sí... ya sé a qué han venido – interrumpió de forma algo impertinente – Yo solo les prevengo, si oyen algún ruido extraño. No se muevan, avisen al 112 de su móvil y díganle que les vengan a recoger. Tampoco yo creo en las leyendas, pero todos los que duermen en esa dichosa isla acaban mal parados o regresan con el rabo entre las piernas. Yo cumplo mi cometido dejándolos allí y regresando dentro de dos días a la hora señalada en su busca.
El Atlántico es la furia de los vientos, preciosa fotografía de David Álvarez http://www.davidalvarez.eu/home |
Seguimos hacia la isla
en riguroso silencio tratando de masticar las palabras de nuestro
taxista del mar. Sue me hizo un gesto para quitar importancia a las
muchas leyendas que circulan por los pueblos de la costa donde la
gente construye estas historias con la idea de superar las largas
noches de invierno a la espera de que el barco que entra por la
bocana del puerto traiga a los suyos sanos y salvos. Los puertos de
mar son lugares dados a las leyendas que discurren por el Océano de
costa a costa.
La isla iba creciendo
en el horizonte de forma inversamente proporcional a cómo iba
desapareciendo entre los pliegues de los acantilados la entrada a la
ensenada del pueblo. El acantilado dibujaba un sinfín antojadizo de
curvas y recortes devolviendo a la mar las aguas espumosas y batidas.
El mar se lo llevará todo: fortunas y soberbias... que yo tengo aquí por mío, lo que abarca el mar bravío cantaba el Pirata |
La contundencia con que
se empleaba el agua en la roca dura había dejado algo alejada a la
isla con sus formas sinuosas y curiosas. El faro blanco destacaba en
el horizonte como una antorcha que avisaba del fin del mundo, o del
comienzo del mismo según que salieras al Océano o entraras a tierra
desde él. Me imaginé la alegría del que llega tras viajar por esa
masa de agua violenta, cruel y desenfrenada por momentos; tan mortal
como hermosa.
Nada más desembarcar
con los bártulos en tierra, el hombre se sacó las gafas de sol,
miró a todos los lados, subió a la motora nuevamente y se fue sin
decir palabra. Musitaba entre dientes una cancioncilla que decía
algo como así como... “si tú lo quieres, ahí lo tienes. Avisado
estás”.
Las Islas Atlánticas, cinceladas por el mar de fondo y el viento, resisten y resistirán siempre. |
Continuará(...)
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