Hechizado por las aguas

Más metáforas: los ríos como metáforas

“Estoy hechizado por las aguas...” con esta frase concluye el protagonista, Norman, de “El río de la vida” (N. Mclean), la novela que llevaría al cine Robert Redford en la década de los noventa con acierto indudable y un gran reparto donde destacaba en el papel de Paul (hermano del protagonista) un joven Brad Pitt.
 
Los dos personajes se presentan aquí como antitéticos y complementarios, como recíprocamente necesarios; si Norman es recto y aburrido, Paul es arriesgado y divertido hasta el extremo de la lucidez/estupidez. Y asi entreteje el autor una historia (autobiográfica) que sigue el curso de un río donde se entrelazan la fe, la humanidad, la vida y la muerte a las orillas de un potente río de la virginal y profunda Montana de los años veinte.

“Estoy hechizado por las aguas”, una frase que pone un final sin final a una historia conmovedora que atrapa y engancha por su vigor paisajístico, por la fuerza de su metáfora, tan viva como siempre; y es que el río da mucho juego a poetas, novelistas y cantantes para hacernos partícipes de la realidad efímera pero real y contundente de la vida.

Norman pescará con mosca hasta el final de sus días sobre el río en el que aprendió de su padre y junto a su hermano esta arte tan aparentemente pacífica y rica en plasticidad y belleza donde sentirse integrado con el río y la naturaleza alimenta tu propia naturaleza reflexiva y depredadora. El hombre que se cuestiona la realidad que va modificando con errores y aciertos.

En ese hechizo al que el río le somete está esculpida la verdad que el río dicta, pues el río tiene memoría y arrastra en su curso los hechos en su realidad más cruda. Allí están flotando los recuerdos vívidos de su infancia y juventud y el trágico desenlace de la muerte de su hermano que había logrado ser el mejor pescador con mosca del lugar.

Y esos recuerdos le atrapan de forma irremediable según cumple los años y, en la ancianidad, parecen un reclamo cada vez más fuerte para dejarse arrastrar por él hasta donde el río conduce... Y que cierto es esto que conforme te haces mayor, el río te hechiza con aquellos que ya se han ido y atrae con más fuerza cada vez abrigando la posibilidad de recuperarlos una vez que concluya el cristalino recorrido.

Norman (ya octogenario) no lo dice, pero la última imagen del viejo pescador lanzando la caña suavemente y de forma acompasada mientras repite esta frase no deja lugar a ninguna duda: su hermano, sus padres y ya su mujer le llaman desde las aguas como las sirenas a Ulises a otra odisea bien diferente, a otro viaje ya definitivo a esas tierras de promisión de las que tanto se habla y de las que tampoco nadie tiene pruebas.

En nuestra literatura hay grandes ejemplos de este juego alegórico del río y la vida ya desde que Manrique escribiera la “Elegia a la muerte de su padre” y nos recordara que los ríos son la vida que van a dar a la mar que es el morir; allí se agotan y consumen los ríos pequeños, los medianos y los grandes haciendo iguales a los humildes y a los poderosos.

Y retomará Antonio Machado esta imagen repetidas veces pues ya advierte que tiene a Manrique en gran estima y empleará la imagen del río, personificado en el Duero, en el Guadalquivir o en el Guadarrama, en repetidas ocasiones advirtiendo que “apenas desamarrada la barca de la ribera se canta: no somos nada, donde muere el pobre río, la inmensa mar nos espera”. Suerte que en esa misma poesía recuerda humildemente que él, como poeta, no es más que una gota “en el viento gritando al mar soy el mar”.

Así que ya hemos disfrutado de la literaria imagen en muchas ocasiones para comprender la importancia del vitalista río y de su efímero poder que duerme para siempre cuando se convierte en el inmenso, y a veces tenebroso, mar. Si allí está la insula ansiada por Sancho para todos nosotros tocará a alguien decírnoslo que aquí muchos somos los que creemos que algo debe haber para hacernos hacer este viaje; sin embargo, hay cada vez más, que la gozan por el río sin tener en cuenta de su brevedad, por largo que este sea. Así que allí donde esté el prospecto del asunto, alguien avise de lo que espera en el ancho mar que tan bien glosan estas obras, entre otras muchas.


Pero volvamos al río, que es verdad y vida – nada menos – para la mayoría de los escritores y terminemos por recordar la canción cumbre de mi admirado Bruce Springsteen en su canción y disco “The river” pues allí nos sumerge para hacer emerger los recuerdos de los primeros momentos del amor romántico, los momentos en que ambos se funden en la verdad de una vida que luego será compleja y difícil de afrontar.

Allí en el río flotan los recuerdos de los mejores momentos, los hechos que se convierten en un sueño, en una mentira, en una maldición si no se hacen realidad y siguen con su curso, si se rompen para siempre; pues allí bautizaron sus cuerpos para fundirse con él eternamente.


Ah, el río, los ríos, la fuente de la vida, la vida misma y la verdad. Los ríos lo recuerdan todo y cuentan la verdad al romperse las aguas transparentes contra las rocas a las que dan forma año a año, siglo a siglo; allí sentado al lado del río, pescando con mosca o no, sabemos todos la verdad y si escuchas el rumor de las aguas que discurren entre montañas y meandros, produciendo vida y más vida la oirás nítida y cristalina como las aguas que discurren. Escucha al río, él nos cuenta la verdad: somos efímeros..., somos eternos...

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