Historias del baloncesto: casi una religión

In memoriam, Koby Bryant

Ya he comentado en alguna de las entradas de mi blog, que el baloncesto constituye desde niño algo más que un deporte, algo más que un modo de vivir la vida, algo más que... bueno... podria decirse que es casi una religión. Desde que allá por los once años un grupo de colegas y yo nos decidiéramos por dejar el balón de fútbol y coger el balón de baloncesto para entrenar todos los días a este deporte veloz y rítmico, el baloncesto pasó a ocupar el primer lugar de mi vida. Crecí dando vueltas a un balón de baloncesto sobre la yema de los dedos de mi mano.



Tambén comenté que ir a ver un partido de baloncesto de mi equipo local estaba plagado de rituales: acercarme a los jugadores, mirarlos desde abajo hacia arriba, tocar el balón de cuero, sentir el sonido de las zapatillas chillando por la cancha, el percutir del balón botando sobre la madera de la pista de baloncesto y esa mezcla de olores ente serrín, cuero, sudor y magia constituía... mi otra misa dominical.

Así crecí enchufado a la magia del baloncesto americano, con las noches de NBA de los viernes donde iba desgranando franquicias, estadísticas, jugadores, ciudades, concursos de mates y míticas jugadas de jugadores de leyenda. Y tuve mis favoritos, primero aquellos que leía en las revistas especializadas en baloncesto cuyas páginas poco a poco fueron llenando las paredes de mi habitación entre tapones, rebotes, mates y asistencias. Llené todos y cada uno de los huecos que había en las cuatro paredes de mi habitación con esas jugadas inverosimiles mientras soñaba con compartir alguna vez esas canchas con jugadores como aquellos.


Un póster enfrentaba a Magic con Bird mientras discutía con mis colegas si Bird estaba sobrevalorado por ser blanco o si Magic era quien era por su estatura y el puesto en el que jugaba. Aquellas fueron las primeras leyendas que admiré, a ambas por igual al principio, hasta que me decanté por la habilidad del pase como determinante del mejor baloncesto. Nadie pasaría como Earvin Magic Johnson nunca más en el baloncesto.

Y como no hay nada escrito en este deporte, llegó el mejor jugador de la historia, aquel cuyos dones insuperables fueron concebidos por y para el baloncesto: Michael Jordan. A mí me costó reconocer que había superado a Magic pues en sus primeros años a sus alardes anotadores no pudo añadir títulos hasta que su genio se sumó al zen de uno de los mejores entrenadores de la historia, Phil Jackson, que le dotó de los escuderos necesarios a este quijotesco jugador que fabricaba molinos en el aire entre gigantes de leyenda. Michael Jordan superó a todos, no fue mejor tirador que Bird, no fue mejor pasador que Magic - ¿quién lo es?, ¿quién lo será? - pero el conjunto de su defensa única, su estética rítmica, su suspensión infinita y sus mil y un recursos frente al aro lo hicieron invencible por momentos. Solo los acerados Pistons de Detroit con su estopa y su furia lo pusieron en jaque... por momentos.

Y cuando el declinar de Jordan avisaba con sus rarezas beisbolísticas, nadie había en ciernes que osara batirle en un duelo, que osara retarle de por vida. Y todos dábamos por hecho que nadie le iba a mirar a los ojos y arrostrarlo. Jordan quedaría dibujado como la mayor leyenda del baloncesto mundial jamás retado. ¿Quién iba a ser el valiente que osara afrontar el reto de superar a Michael Jordan en nada? Y así, el baloncesto habría alcanzado su cima, su nivel más alto en aquel otro jugador legenadario. Porque si nadie reta a los mejores, ¿cómo va a crecer el baloncesto?


Pues hubo uno, uno que algo más ligero y desgarbado, algo más inacabado físicamente que Jordan, iba a intentar el asalto al cielo baloncestístico. Un jugador que no fue número uno de su draft, cuya ambición y ego iba a darle la reputación más merecida y jamás labrada por jugador alguno. La Mamba Negra asumía el reto de que el baloncesto solo crece si superas a tus predecesores, de que el baloncesto que no vence al pasado retrocede, de que si no hay reto no hay victoria ni leyenda que merezca ser contada. Y así, se calzó las zapatillas como quien arma un Colt a media noche y se propuso ser mejor que Jordan sin buscar otro lugar en la cancha ni otra forma que la misma en la que Jordan fue insuperable.

Kobe Bryant trataría de ser mejor defensor que Jordan, mejor tirador, mejor matador, mejor penetrador contra todo y contra todos, iba a ser el mejor "fade away" que jamás iba a ver persona alguna en las canchas de baloncesto. ¿Que le imitaba?, y tanto... Solo haciendo lo que hacen los mejores puedes ser mejor que ellos. Lo inmejorable se copia y solo la perseverancia te dará el triunfo, la victoria, el sueño de conseguir el reto: seis anillos era el cielo que soñaba.

Y nos pegamos al televisor para ver cómo iban cayendo méritos y conquistas anotando hasta 81 puntos en un solo partido para mirar al otro mito de nombre Chamberlain cara a cara. Parecía imposible pero estaban los éxitos tan cerca tras ver pasar parejas de baile de primera como O´Neal o Gasol. Alcanzaría los cinco entorchados batiendo records de anotación y eficiencia, dejándonos a todos sorprendidos por la bestialidad del objetivo planteado y lo cerca que estuvo de conseguirlo. Solo las últimas lesiones que avisaban de un final precipitado le impidieron conseguir la apoteosis final de doblegar en números al mejor jugador de todos los tiempos.


Cuentan los anales de la historia que un crucero de nombre Canarias, el día que lo iban a desguazar y entraba en dique para tal menester, entró por la ría de la ciudad que vio jugar a Nate Davis a toda velocidad dando la increible cifra de 30 nudos, una marca insuperable para ningún otro barco joven por entonces, la daba el barco que fue una leyenda y cuya marca la siguen contando de generación en generación en mi ciudad de la infancia. ¡30 nudos! Inalcanzable para casi nadie, en su última singladura lo alcanzó un barco de leyenda porque... las "leyendas nunca mueren"



Eñ 13 de abril de 2016, Kobe Bryant jugó su último partido anotando 60 puntos. ¡60 puntos!, ¿quién quería que se retirase? Desconozco si, desde entonces, alguien ha anotado esa cifra descomunal pero es seguro que esa es la medida de la estrella rutilante que se retiraba de las canchas, esa la medida descomunal de la persona, siempre sonriente, siempre competitivo, siempre enfrentando al sol mismo para ser más brillante que él si fuese necesario. Ningún deportista ha encarnado mejor los valores competitivos del deporte de élite: "ser el mejor jugador de baloncesto que puedas ser"..., y se dedicó desde entonces a la labor de ser el mejor padre que podía ser.


En un partido entre España y Estados Unidos, España retó cara a cara al todo poderoso equipo americano y casi le ganamos; si no lo hicimos fue porque tras tres "alley oop" consecutivos, Kobe Bryant recogió el que iba a ser el cuarto y asumió la rsponsabilidad de que el equipo de su nación nos ganara por la mano (algún empujón de Howard no pitado también ayudó). Bryant hizo su característico "no" con el dedo índice y allí se esfumó la soñada victoria que nos habíamos ganado con otro equipo de leyenda del que ya hablaré en otra ocasión. Solo él podía evitarlo, solo Bryant lo evitó. Al final, los abrazos sinceros y la sonrisa franca de siempre para quienes eran sus contrincantes y amigos y que, como tantos, le admiraban entre otras cosas porque no se dejaba ganar jamás.

Y pude seguirlo gracias a Instagram en su vida tras el baloncesto, haciendo de su hija otra estrella como él, a su Gigi de sonrisa idéntica y de identico ADN competitivo, que hubiera logrado que muchos nos acercáramos al baloncesto femenino para ver adónde sería capaz de llegar. Se fueron en un triste accidente antes de tiempo, y se fueron como haciendo 60 puntos en una última victoria segando corazones y almas que, inesperadas, se adhirieron a su lema para cualquier cosa de la vida: "se, en aquello que haces, en aquello que sueñas, el mejor que puedas ser"


Se fueron así, en esencia, porque las "leyendas nunca mueren", se quedan para siempre en la memoria de los hombres que susurran de un oido a otro, de una generación a otra... Hubo un hombre que retó a Michael Jordan hasta el último día, y el último día mejoró a Jordan en una marca: las veces que superarían los 60 puntos en su carrera. Bryant lo hizo en 6 ocasiones y Jordan en 5. ¿Fue mejor que Jordan?, quizás no, pero fue el primero que asumió un hecho. Para ser el mejor, tienes que retar a los mejores y si no, nunca serás el mejor jugador que podías haber sido.

Ah, y su último partido juntos: Jordan obtuvo 23 puntos y Bryant 55. El baloncesto es casi una religión, y como todas las religiones nosotros tenemos nuestros santos: Kobe Bryant es quizás el más venerado de todos ellos

DEP Gigi y Kobe Bryant


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