En busca de Bobby Fischer

Una partida de ajedrez

La estrategia y la vida

En busca de Bobby Fischer es una de esas películas que se deja ver en una tarde lluviosa de invierno, una de esas películas de ritmo tranquilo y cuidada fotografía donde el protagonista es un joven maestro del ajedrez que se mueve entre el ajedrez de la calle: rápido y agresivo, y el ajedrez de salón: escrupuloso y cuidadoso con el tiempo y la estrategia. Una de esas películas muy del estilo de Karate Kid con golpe maestro final aprendido en la calle y enseñado por un anciano "alma mater"  del infante terrible del juego de los peones y alfiles. Ese juego cuyo objeto exclusivo es proteger a tu Rey y darle jaque al contrario.




Pero esa película tiene un toque sutil y melancólico que la hace especial, y es lo evocadora que es al referirse de forma omnipresente, como una música de fondo, a aquel famoso campeón del mundo. El último campeón americano de este juego frío y tenso. El tono de "hemos encontrado al nuevo Bobby Fischer" con flash backs de la desdichada vida del campeón del que tratan de desentrañar el misterio. Porque sí, Bobby Fischer, extravagante como pocos, esconde el misterio de su desaparición del campeonato mundial cuando era el número uno del mundo.

En aquellos años donde la Guerra Fría de los espías y sus puentes era la estrella, el enfrentamiento entre Spassky y Fischer en el partido del siglo había roto todo el hermetismo que esa guerra imponía, del que ese juego sutilmente era uno de sus reflejos. Y es que el ajedrez parecía un juego concebido para los Rusos de aquella lejana, por fortuna, URSS. Jugadores herméticos, serios y reconcentrados que parecían jugarse la vida con cada movimiento de peón era la vestidura perfecta de aquel régimen duro, firme, frío y terrible que creíamos ver a través de esas pequeñas rendijas o grietas que su muro de hielo concedía.


Y con Fischer llegó un nuevo alunizaje para los ejércitos americanos, otra victoria que vender como ejercicio publicitario del "american way of live" frente a la propaganda soviética del hombre instrumental para el sistema perfecto donde nadie es pobre porque ya no hay ricos. Y, entonces, FIscher decidió aguar la fiesta a los felices capitalistas del coche, casa y vida ante y dentro de la Tv. Bobby Fischer decidió no jugar nunca más teniendo el título en su mano. Y rotos los argumentos de la extraordinaria victoria televisiva, todos comenzaron a buscar de nuevo a Bobby Fischer...

Y lo encontramos desobedeciendo a las autoridades y jugando más allá del férreo telón de acero y volvió a desaparecer. Y desde entonces, de vez en cuando, en Estados Unidos alguien se acuerda que tuvieron un gran campeón de ajedrez que se llamaba Fischer, y todos vuelven a buscarlo. Lo cierto es que aquel telón de hielo se demostró más quebradizo de lo esperado y, aquel país que vivía de cara a la Tv pareció menos frívolo de lo esperado. Y Bobby Fischer que parecía acabar con su carrera en un suspiró vivió para siempre como mito, que es más resistente que cualquier otra verdad..


Y esa película demuestra que a todos nos gustaría encontrar a otro Bobby Fischer, aunque en realidad echemos de menos aquella épica de los dos grandes bloques porque nos olvidamos que, al menos uno de ellos, era demasiado cruel para el ser humano. Y eso aunque sepamos que Bobby Fischer era único..., e hizo lo que una persona única hace: lo que le da la gana, que para eso nació libre.

En mi juventud viví más intensamente los duelos entre Karpov y Kasparov cuando ambos eran del otro lado del muro; luego cayó el muro y supimos que Kasparov, como muchos otros rusos, pertenecía a este lado del muro. Antes el silencio era demasiado elocuente.

Mi relato habla de una partida de ajedrez, quizás la vida sea eso nada más: una tensa partida de ajedrez contra nosotros mismos, una partida que a veces corre ligera como el ajedrez de la calle, y otras mide sus tiempos con inexorable gravedad como en las partidas de Fischer y Spassky, de Karpov y Kasparov; una partida de la que sabemos que debemos derribar el muro y poner a nuestro a Rey a resguardo mientras damos jaque al que tenemos enfrente, otro yo al que debemos ganar.



La partida de ajedrez – A Rapid Eye Movement 



La tarde pesaba sobre mi cuerpo en forma de sopor, me dejé caer sobre el sofá que se amoldaba a la forma de mi cuerpo como un guante. Lentamente, la garganta se me secó dejando caer un pesado velo sobre mis ojos que, a pesar del esfuerzo ímprobo que hicieron para soportar la caída de los párpados, estos bajaban y subían una y otra vez hasta que un cerrojo pareció mantenerlos firmemente cerrados.
El sonido lejano de un ronquido me separaba de mi cuerpo al tiempo en que el rápido movimiento de mis ojos bajo aquellos párpados de cemento me alejaba de mí mismo en eso que suelen llamar fase REM del sueño.
De improviso, el ronquido se transformó en una lejana turbulencia que venía de lo más profundo del agujero por donde Alicia persiguió al conejo..., e hice lo que ella hizo. Me lancé sin saber el porqué tras el ronquido lejano, para ver si tras el agujero me encontraba de nuevo conmigo mismo.
Caí en una blanca habitación en la que no se adivinaban las paredes, bajo mi cuerpo ya ingrávido una silla blanca me obligaba a permanecer sentado; enfrente de mí y tras una mesa del mismo color, un hombre vestido de negro y con aspecto endurecido y taciturno hacía descansar su cabeza sobre la mano derecha mientras miraba un tablero de ajedrez.
Levantó su rostro lentamente dirigiendo su mirada hacia la mía, el tablero de ajedrez parecía un momento suspendido en el tiempo de una partida ya iniciaba. Yo jugaba con blancas y tenía desplegados mis alfiles y caballos, una torre y al Rey protegido en un enroque que no recordaba haber practicado.
– Te toca mover – la voz profunda y lúgubre, triste voz que surgía gris de una garganta oscura se dirigió a mí como si llevara enfrente de él toda la vida -, es tu turno.
– Lo siento, no sé qué hago aquí. Acabo de llegar ahora mismo y... - una risa sardónica y tétrica brotó procedente de sus labios para interrumpir las disculpas que pretendía ofrecer.
– Por descontado, eso ya lo sé... ¡Te toca mover! - La forma imperativa de dirigirse a mí me desconcertó. Parecía creer que tenía autoridad sobre mí.
– Oiga, espere un momento. No tengo la más mínima intención de jugar ninguna partida con usted..., persona a la que ni siquiera conozco. - Me miró fijamente como si fuera apenas una bruma en la mañana, una leve molestia húmeda que incomoda.
– Eso es irrelevante. Tú estás ahí enfrente, juegas con blancas y yo, como siempre, juego con negras. - Su tono parecía cobrar timbre metálico y frío dejando de ser imperativo para convertirse en un tono exhortativo, convincente modo de expresar que las circunstancias son las que obligan a proceder de una u otra manera. – Te toca mover.
– Repito que no tengo ninguna intención de mover ficha alguna. – Giré la cabeza en busca de alguna puerta sin éxito. Todo era blanco y parecía no tener límite. Traté de levantarme de la silla pero no podía mover de mi cuerpo más que los brazos y la cabeza, mis ojos inquietos bailaban en uno y otro sentido en busca de una salida y recordé que en la fase REM del sueño los sueños se tornan extraños, el cuerpo pierde movilidad como consecuencia de una hormona que se deja de segregar y los ojos se mueven inquietos de uno a otro lado, de ahí el nombre de la fase del sueño: Rapid Eye Movement.
– Acabas de darte cuenta de que te encuentras en la fase REM de tu sueño – su sonrisa distante y fría me inquietaba –, lo que no sabes es que este sueño esconde una realidad en su rareza extrema; algo que se está resolviendo en este preciso momento. Y es que yo soy real y estoy dentro tu sueño porque tu realidad ha alcanzado la más alta cumbre, veremos si se trata de una condena o de una liberación. Te toca mover.
– A pesar de que eso que me cuentas pueda parecerme tan extraño como real en este momento – hice un enorme esfuerzo por dar un carácter discursivo a lo que trataba de decir –, eso no impide que conserve todos los elementos intactos de mi personalidad. – Su rostro se iba apagando mientras dejaba caer su cabeza de nuevo sobre su mano. - Y uno de esos rasgos es que tengo voluntad. A pesar de estar anclado en esta silla blanca, en una habitación blanca donde solo tú vas de negro como tus piezas de ajedrez, me mantengo en mi postura de no querer jugar esta partida.
– Una condena, indudablemente va a resultar una condena. Nunca sucede nada divertido en estas partidas de ajedrez a las que el Jefe me obliga a jugar una y otra vez, siempre con negras y siempre igual. ¿Pero de qué os sirve el libre albedrío si una y otra vez os negáis a reconocer la realidad tal cual es? - Levantó su mirada como enfurecido y sus ojos se opacaron de tal modo que me produjeron un temor inmediato - ¡No soy yo!, es tu turno. Te toca jugar.
– Pero..., ¿tú quien eres? - Mi temblorosa voz surgió suave y temerosa ante la sequedad de la suya, ante el distanciado desafecto que mostraba por mí, ante la ausencia de justificación por su comportamiento exhortativo sobre el mío, ante la crueldad de la condena que parecía percibir en su mirada. Empujado a jugar sin libertad alguna una partida de ajedrez tras otra con gente como yo, decidí interesarme por algo más que por mi propia situación.
– Eso es irrelevante. Es tu turno.
– De acuerdo, es mi turno. Me toca jugar, pero estoy seguro de que me puedes dar alguna información sobre mi propia partida porque tú tampoco jugarías conmigo sin saber algo de la situación en la que nos encontramos. - El hombre vestido de negro y de gesto adusto, se incorporó en su silla y puso distancia con la mirada sobre mí, pareció interesarle el reto que le proponía.
– Ugh, ¿quieres los antecedentes de tu propia partida? Eso es interesante. Sé por mi experiencia que crees no saber cómo llevas la partida, sin embargo la partida la llevas jugando tú desde el principio conmigo. Una partida, sin duda, más interesante de lo habitual y, por eso, no te voy a contar nada de ella dejando que sea tu intuición la que te haga el trabajo que tu memoria te niega. Porque si yo te explicase de qué va esto lo haría en mi propio interés. Es tu turno.
– No necesariamente, si juegas limpio harás una descripción objetiva de la situación para tratar de ganarme justamente.
– Tú no lo entiendes, pero no te lo reprocho porque ahora te encuentras fuera de lugar, sorprendido por la situación y las circunstancias. Sin saber qué tienes que hacer en realidad. Eso ya te lo aclaro yo. Tienes que ganarme esta partida.
– ¿Por qué?
– Eso es irrelevante, son las circunstancias las que mandan. Quizás yo no sepa la razón de las cosas pero sé que te tengo que ganar. Lo que me invita a pensar que tú también me tienes que ganar a mí.
– ¿Y si me niego a mover ninguna ficha?
– Eso haría la situación insoportable para mí y para ti. Necesariamente tienes que mover. Es tu turno. - Sus ojos se clavaban en los míos como retándome.
– Pues no pienso mover ni una ficha hasta que me pongas en antecedentes.
– Jah, tengo toda la eternidad para esta partida. Sin embargo tu tiempo está contado. Eres tú quien no puedes esperar, yo me siento obligado a jugar por jugar, a jugar y jugar, a pensar y analizar situaciones para definir estrategias que me conduzcan a ganarte la partida las veces que sean necesarias y tener previstas las alternativas a tus movimientos. Tengo que jugar porque esa es mi naturaleza. Es tu turno. - La situación me oprimía, el silencio imperante no era el ordinario, la naturaleza estaba como en suspenso y la habitación se volvía más y más blanca, refulgente y molesta. Su brillo me cegaba y las palabras de mi contrincante me abrumaban hasta el punto de negarme a mí mismo. Me repuse como pude y volví de nuevo a argumentar.
– Imagina que te duermes en el sofá de tu casa y de repente, tras seguir el sonido de tu propia voz, te encuentras frente a una extraña persona que no te quiere decir quién es ni que hace aquí contigo jugando una partida de ajedrez que afirma empecé hace tiempo aunque no lo recuerde en absoluto. ¿Qué harías?
– Eso es irrelevante – Nuevamente el timbre de su voz parecía firme y distante, como una condena fría, una sentencia que me daba a mi comportamiento, a mi capacidad de argumentación, al hecho de haberme recompuesto.
– Me parece que es más bien..., muy relevante. - Empecé a comprender la naturaleza de mi enemigo.
Él se incorporó sobre su asiento y se levantó para acercarse a mí, aproximando sus labios a mi nuca exhaló su aliento sobre ella para susurrarme de forma nociva y altamente molesta.
– Yo no soy tú y es tu turno.
– Bien, es cierto que yo debería conocer mis circunstancias. Esas que tú sí sabes giré la cabeza para mirarle fijamente mientras él se despegaba de mi nuca -, pues es cierto que tú conoces las circunstancias que yo no recuerdo; sin embargo yo desconozco las tuyas. Eso me parece injusto.
– Hum - volvió sobre sus pasos y regresó a su asiento –, eso es cierto. Es injusto. y una leve sonrisa brotó de sus labios. - Es tu turno.
– Bien, me reafirmo en que no moveré ni una sola ficha hasta que me cuentes, al menos, qué haces aquí.
– ¡Ya te lo he dicho! -, su terrible voz bramó haciendo temblar las fichas depositadas sobre los escaques dibujados en la blanca mesa. – ¡Es tu turno!
– Pues no lo recuerdo...
– Estamos aquí, los dos, para jugar al ajedrez –, me interrumpió con la voz tranquila de principio, fría, distante, metálica, ingrávida, segura de sí misma y vieja. Era una voz muy anciana la que salía de sus pulmones. La mía, sin embargo, sonaba vibrante y armónica, joven y luminosa.
– ¿Por qué suena tu voz tan anciana y decaída? - El hombre vestido de negro se incorporó nervioso como resintiéndose de un golpe.
– Mi voz..., ¿no querrás decir autoritaria?
– Esto, creo que no. No pareces dominar la situación, pareces mas bien esclavo de la misma porque yo he decidido no mover ninguna ficha y tú no haces otra cosa que intentar que mueva. Eres un hombre dependiente de mí.
– ¿Un hombre dices?, yo no soy un hombre..., muchacho. Y sí, estoy condenado a jugar esta partida contigo, pequeño ser insufrible. Tengo que jugar y ganarte y solo el hecho de que no juegues conmigo hace que me inquiete.
– Decidido, no pienso mover una ficha.
Un rugido de furia se alzó de entre las piezas de ajedrez, un rugido que las hizo caer al suelo blanco; un suelo que se tragó una a una cada una de las fichas que estaban sobre la mesa hasta desaparecer del todo. Primero los peones, luego las torres y el resto de las figuras, la mesa y por último la silla negra con el jugador de ajedrez sentado sobre ella. Mientras el suelo lo iba borrando de la faz de mi sueño iba diciendo cada vez más alto: “yo no soy un hombre, no soy un hombre,...” mientras la forma de su cuerpo cambiaba ante mis ojos varias veces a formas cada vez más grotescas y terribles pasando, de repente, por un rostro luminoso y bello, un rostro angelical de mirada triste que me recordó a los versos de Milton: ”Mejor reinar en el Infierno que servir en el Cielo “
Me quedé solo sobre fondo blanco, me quedé aturdido por lo extraño de esta partida hasta que un agujero negro se abrió en lo alto; el suelo parecía empujarme hacia él cuando un sonoro ruido procedió de aquella boca que se abría por encima, mis ojos se movieron inquietos a un lado y luego al otro hasta que el agujero me tragó por entero; y caí por él empujado hacia arriba. Diez metros primero y no se veía el suelo, otros diez luego y no había suelo donde caer mientras mi cuerpo se aceleraba de forma alarmante.
Un abrupto volcán rugió desde el fondo y mi cuerpo pareció golpear son fuerza en un suelo blando y mullido. Un ronquido a lo lejos me atraía hacia él y me encontré dormido en el salón de mi casa con un ardor terrible en una garganta áspera y rugosa. Me levanté aturdido y me conduje a la cocina para beber un vaso de agua fresca; al entrar en ella, un tablero de ajedrez sobre la mesa blanca estaba dispuesto. La Reina blanca, un alfil y una torre rodeaban al Rey negro impidiéndole cualquier movimiento.
Mi Rey seguía pacíficamente enrocado y protegido por tres peones y otra torre. Jaque Mate, tras el sueño que me condujo a los mundos de Alicia, me desperté y vi que había ganado la partida tras un ronquido que me introdujo en una fase REM de mi propio sueño. Indudablemente, “a Rapid Eye Movement”.





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