Gwendo el Mandolín

Gwendo el Mandolin es uno de los cuentos del libro Cuentos para Teresa, en él se narran las desventuras de una Mandolina hecha con mimo y con esmero, fabricada por Elmer en su taller con la mejor madera de Arkansas. Pero a Gwendo le pasa algo, veamos cómo comienza este cuento...



Historia y dibujo realizados a partir de los cuadros de Berthe Morisot con su hija Juliet y el poema de Paul Verlaine, “serenata”



Si os cuento que nací en una fábrica de guitarras pensaréis que soy muy pobre o que estoy algo loco, pero no es así. En realidad, no puedo decir que naciera sino más bien que  me hicieron, me fabricaron escogiendo los mejores materiales, concretamente la mejor madera de un bosque de Arkansas y, cuando me terminaron, el Profesor Elmer hizo las pruebas oportunas.

Comprobaron que sonaba bien y que daba todas las notas, pero sucedió algo extraño. Cuando el profesor ponía el "do" sonaba un extraño chirrido que no era capaz de arreglar.  Una y otra vez daba las notas y ponía empeño apretando aquí o aflojando allá, pero nada. NO era capaz de dar un buen "do".

Total, que harto ya de intentar arreglarme me puso en el escaparate al mejor precio que pudo. Mi precio era la mitad que el del resto de las mandolinas. Elmer me miraba todas las mañanas mientras se rascaba la cabeza una y otra vez porque no comprendía la razón por la que desafinaba sólo en la nota "do".

El caso es que me cogió cariño, pese a todo, porque puso todo su empeño en hacerme bien, escogió los mejores materiales y, con el mayor de los cuidados, me fue uniendo o pegando para construirme.  Por eso, para él era una mandolina especial, tanto, que bordó unas letras de oro bajo las cuerdas bautizándome como Gwendo el mandolín.".

Cierto día, se acercó a la tienda el guitarra de una banda de música que quería introducir alguna canción con mandolina en su repertorio. Se llamaba Pete Handle y la banda a la que pertenecía tocaba canciones de Rock, Rythmn Blues y así, su nombre era conocido en todo el pueblo y se hacían llamar The Blues Savages.

El caso es que la banda era joven y apenas tenía dinero para instrumentos y necesitaban comprar una mandolina de saldo. Entró Pete en la tienda asombrado de mi maravilloso precio. No podía creerse lo que estaba viendo. ¡Una mandolina tan nueva y preciosa a mitad de precio!. Yo era justo lo que necesitaban los Savages.

  • ¡Hola Elmer!, ¡qué buena mandolina tienes en el escaparate!. ¿Por qué está tan barata?
  • Ah, hola Pete. Es que Gwendo está fabricado con mucho mimo y cariño, con las mejores maderas, pero tiene un fallo, una tara que no soy capaz de solucionar.
  • Oh, vaya y ¿qué es lo que le pasa?
  • Verás, coge a Gwendo el mandolín y tócalo. Observa el cuidado de las uniones y el tacto de la madera. No miento si afirmo que no hay nada mejor en el mercado. Sin embargo, al tocar una canción, cualquiera, si tocas el “do” suena un chirrido estridente que se hace insoportable de escuchar.

Pete probó con una canción que conocía y, al llegar al “do”, soné “chrrin”.

  • Vaya, qué mal suena. Pero si toco canciones que no contengan el “do”, no pasará nada. Bueno, me la quedo.
  • Me alegro que lo hagas, estaba pensando en quedarme yo a mi amigo Gwendo.

Y así es como comenzaron mis aventuras por bares del lugar y hasta pequeñas salas donde varios grupos tocaban los viernes por la tarde. Conocí a Frank, el vocal del grupo y a Tom, que tocaba el piano y a Zack, que era un magnífico batería. Juntos recorrimos el Estado entero y, a veces, tuvimos bastante éxito.

Recuerdo sobre todo aquella canción con la que Pete se emocionaba tanto tocando mis cuerdas, canción que decía estaba inspirada en una vieja poesía que se llama Sonatina. Decía así:

"Abre el alma y el oído cuando suena mi Mandolina
para ti he hecho esta canción en la noche cuando dormías
en mis brazos, pero te alejaste de mí, cruel y zalamera, Adelina.”

(...)

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