Los relatos del género negro (II)
Un relato en tres partes
El tipo duro
Si el cine negro ha dejado algo como impronta, como una estela que se ha de seguir por su éxito, por su atractivo para el público es eso que llamamos los tipos duros. El tipo duro, ya hemos hablado de Cagney en El Enemigo Público, resultan fundamentales para toda película de este género, no digamos si se trata de una película de acción.
Cuando hablamos de tipo duro en el cine, a todos nos viene a la mente al bueno de Harry y su más que famosa frase de "Alégrame el día". Este personaje de secuela resulta un guante para Clint Eastwood, quien a pesar de no ser un actor versátil - casi parece que se interpreta a sí mismo - nos ha demostrado sus impresionantes y sorprendentes cualidades como director,
A mí me resulta difícil hablar de cine y no nombrar la obra maestra de "Mystic River", dirigida con un pulso excepcional por Clint Eastwood e interpretada por un trío de actores de gran nivel. El tipo duro Sean Penn, la víctima propiciatoria Tim Robins y el poli Kevin Bacon. tres clásicos con los papeles descolocados.
Esta película es la gran continuadora del cine negro pues sus circunstancias lúgubres y su terrible final que viene avisado por todos y cada uno de los mensajes precedentes la hacen cruda, desapacible y dura. Continúa a este cine, pero entra dentro de lo que se llama Cine de Autor, porque en su mensaje se excede más allá del arquetipo del "poli" o del gangster.
El tipo duro - Sean Penn - es el reflejo de aquel Harry interpretado por Eastwood, si este era el héroe, aquel es el antihéroe. Donde Harry aplica la justicia, el personaje de Sean Penn aplica la indecorosa injusticia que hace que se conserven los equilibrios sociales. Así la película es un grito de auxilio de este hombre cuya conciencia es apagada por su mujer al recordar a Penn que él solo ha defendido a su familia y a su barrio, que había hecho lo que tenía que hacer.
El tipo duro nace como un subgénero del cine negro y hoy recorre el cine en casi todos sus géneros. Sigo recordando a Cagney cuando habiendo sido condenado a la silla eléctrica recibe el consejo de un sacerdote de morir como un cobarde para no ser ejemplo de los niños que le observan y que le admiran por su valor cuando no es otra cosa que un gángster. Y Cagney le hizo caso,
Un tipo duro que pareciendo un mal tipo se comporta como un héroe. Comparando con lo que le sucede a Sean Penn, cuya mirada de pesada carga de conciencia por ser un villano es, sin embargo, reconocido por su entorno casi como un héroe, protegido y honrado.
Un tipo duro que pareciendo un mal tipo se comporta como un héroe. Comparando con lo que le sucede a Sean Penn, cuya mirada de pesada carga de conciencia por ser un villano es, sin embargo, reconocido por su entorno casi como un héroe, protegido y honrado.
La
noche tras la lluvia Parte II
(...)
Las
pistas eran pocas, las circunstancias conocidas que pudieran llevar
al criminal, ninguna. En esta situación solo me quedaba la
alternativa de apretar a quien sospechara que sabía algo...; y
apretar - en lo bajos fondos - significa pegar palizas, amenazar,
extorsionar y resultar convincente para no tener que llegar más
lejos todavía.
En
los arrabales de la ciudad la dialéctica de los puños y las armas a
la vista resultan el discurso más práctico. Los sobornos y la
compra de información constituía entonces un universo mucho más
civilizado que aquel que aprendí a usar con perseverancia, pues la
información tiene un precio razonable al que hay que aprender a
poner fronteras, y para eso mis puños se habían forjado en acero
incandescente.
La
primera paliza que propiné he de decir que me costó, resultó
difícil atizar a aquel hombre que tras un comienzo arrogante y
altivo se hundió entre sus hombros cuando apreció mi evidente
interés por el asunto. La primera paliza que dí me costo días
asumirla; poco a poco, el corazón enmudeció y la conciencia se
calló, entonces mi alma escapó por las comisuras de mi cuerpo como
la arena contenida en el puño de una mano, y acabé por sentirme a
gusto con esa dinámica diaria.
Cuando
la fama te precede evitas ya muchas bofetadas, pues el temor es la
droga que mejor estimula la palabra, mi actitud cambiaba y aprendí
que en los bajos fondos nadie calla porque todos tienen que
sobrevivir; todos disimulan pero hablan si lo que le ofreces es más
contundente que lo que tienen. Una droga, ya digo, que llama a otra
droga más dañina todavía.
Así
que, si nada me había condenado en el asesinato de Estefanía, ese
mismo asesinato había de ser la causa de mi condena personal, de la
repugnancia que comencé a sentir por mí mismo. Llegué a descubrir
al asesino de la chica pues, pocas cosas se mantenían erguidas
cuando me decidía a emplearme con constancia, pocas personas
permanecían calladas al batir de mis brazos musculados y
resistentes.
Un
individuo pelirrojo y pequeño, cuyo nombre olvidé
“deliberadamente”, me explicó de forma detallada quién era el
autor del asesinato, cómo lo había planificado y por qué había
sido asesinada Estefanía. Los pueriles argumentos carecen de poco
peso, salvo el hecho de que el mal es tan banal como una sola mirada,
como una copa de güisqui o una pequeña discusión. ¿Qué razones
había que buscar para matar en aquella época, en aquel barrio
oscuro y violento? Ninguna.
Incluso,
en un alarde de locuacidad sin límite, llegó a confiarme la razón
última por la que fueron mis brazos el lugar elegido por estas
alimañas de los vientres putrefactos de mi ciudad, allí donde tuvo
Estefanía su lamentable e injusto final.
Esa
razón me enloqueció, porque había bastado una pequeña discusión
entre los dos, pública y notoria pero circunstancial, para que el
asesino se empeñase en que fuera allí – en mis brazos - el lugar
donde ella debía de morir... La pobre Estefanía, la dulce
Estefanía, cuyos evidentes encantos eran pequeños al lado de su
tierno corazón.
El
individuo había maquinado el asesinato, me había dejado en
evidencia ante una sociedad que tiende a pensar fácil cuando
encuentra un culpable. Esa forma de pensar de esa maldita sombra de
la ciudad acabaría por ser su perdición. Y la mía, también.
Continué
mis pesquisas y encontré al individuo en el mismo club que ahora
abandonaba, sentado tranquilamente en la barra con un “J&B on
the rocks” que bailaba en su mano parsimoniosa. Allí estaba él,
con la frialdad distante de quien posee el mundo en sus manos, de
quien dispone sobre lo divino y sobre lo humano con solo hundir su
dignidad de hombre con un puño en el pequeño corazón de una mujer.
Me
acerqué por la espalda, le golpeé en el hombro y le llamé por su
nombre. Él se giró y pude contemplar, en su mirada, el terror.
Un
pavor que cobraba forma humana en el reflejo de su iris, una forma
imprecisa y bien diferente de aquel que había recogido el cuerpo
muerto de Estefanía. Una sombra de mí mismo que se reflejaba en los
ojos de un hombre aterrorizado. Mi fama de matón había crecido
desde la última vez que lo había visto correr agitando su abrigo y
arrancándose los guantes marrones con un gesto despectivo y
despreciable.
Sus
ojos temblaban más que su propia voz cuando intentó justificar su
hazaña. Miré alrededor, solo el dueño nos miraba de soslayo en la
lejanía oscura de un club de alterne lúgubre y taciturno como la
ciudad, como mi conciencia. Le miré, me vio y regresé a los ojos
temblorosos del indeseable asesino de Estefanía rodeado de los
cristales reflectantes y callados.
Continuará...
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