Los relatos del género Negro (I)
Un relato en tres partes
Detectives, policías y asesinos
Entre las sombras de las grandes ciudades se han escrito las novelas más apasionantes, se han rodado las películas más amenas y atractivas; esas que dan en llamar el género Negro, esas en que los malos y los buenos se confunden fácilmente, esas donde habitan los más oscuros personajes y las más siniestras intenciones tienen su aposento.
Allí donde el proceloso ejercicio de descubrir el crimen a partir de las pruebas, donde la ley es apenas la recta intención del honesto protagonista que quiere vengar esta u otra cuestión, es donde las más impactantes novelas han buscado y encontrado lo que el público quiere. Es cierto que ha habido abuso del tópico, pero, ¿quién puede dejar de recordar películas como El Enemigo Público o qué escritor actual no ha sucumbido a la tentación de redibujar a estos personajes?
Desde muy pequeño me sentí cautivado por los personajes que habitan en estos lugares de la ciudad, allí donde los sueños se pierden y se vuelven a encontrar, tal y como cantaba Bruce Springsteen en Darkness on the Edge of town; allí donde el hampa domina y establece las reglas y solo un conjunto de "intocables" superan toda dificultad para hacer resplandecer la verdad por encima de todo, de todos y a cualquier precio.
Recuerdo aquella serie de novelas de bajo coste que me leí en el breve espacio de un mes cuyo nombre ya era la definición de lo que este género significa: La sombra, se llamaba. Así como recuerdo las muchas películas de este género que luego tendrían sus versiones más actuales como Dick Tracy, Sin City y otras semejantes.
Bien, pues dentro de este género, os propongo un breve relato en tres entregas, hoy os dejo la primera. Espero que os guste.
La noche tras
la lluvia 1ª parte
La
calle estaba desierta y el cemento húmedo todavía devolvía con
calma la lluvia caída a lo largo de la tarde. El verano decaía
mansamente hacia un otoño silencioso con mañanas calurosas y tardes
de chubascos y tormentas. La noche agradecía la tibia tempestad de
la tarde y mi cuerpo exigía una chaqueta para abrigarse de la
humedad y del pasado más reciente.
Las
luces reverberaban en el asfalto devolviendo el candor originario a
la oscura y taciturna sucesión de edificios y portales como haciendo
homenaje al silencio de la calle desierta y agotada del trajín de la
mañana y de la huida ruidosa de una tarde tormentosa.
Abandoné
el club con la tranquilidad de haber cerrado una etapa en mi vida,
una etapa cruel y desenfrenada donde la muerte y la sangre habían
sido una constante. El club se me antojaba - al echar la vista atrás
- como una celda claustrofóbica en la que me había sentido atrapado a
consecuencia de un accidente fortuito, de una sucesión de
desafortunados acontecimientos que me condujeron inexorables a
alojarme en él de forma recurrente. Rodeado del repiqueteo de las
copas y el trajín de las sombras que habitan la ciudad a las horas
en que el club despierta creía haber hecho sucumbir a mi conciencia.
Me
detuve a contemplar los charcos y las luces que, en su pálido
reflejo, me devolvieron aquel doloroso recuerdo, aquel momento en que
Estefanía caía desmayada en mis brazos tras la puñalada que un
tipo procedente de esas sombras que habitan los tugurios de la ciudad
le había asestado en el pecho. Un golpe seco y profundo, una
puñalada certera y profesional, un golpe sorprendente y fortuito que
cambiaría mi vida para siempre.
Las
extrañas circunstancias de aquel episodio me hicieron sospechoso a
los ojos de mucha gente con lo que me adapté a la huidiza forma de
ser de esas sombras para evitar que la infamia se cebase en mi
persona. Me había convertido en un bulto sospechoso que se había
librado por azares del destino de una condena material que diera con
mis huesos en la cárcel.
De nada servía lo verosímil de la
historia que contaba a quien quisiera oírme, ni la firmeza de mis
argumentos; bastaban las circunstancias insidiosas y las difamatorias
lenguas de esas sombras temerosas y maliciosas que hablaban de mi
azarosa relación con Estefanía para hacerme culpable de un delito
que nunca cometí.
El
juez, ni siquiera se había atrevido a imputarme en la instrucción
del sumario delito alguno, pues mis palabras eran tercas y la falta
de pruebas mucho más; si las lenguas difamatorias me acusaban, mi
actitud y la ausencia de aquellas pruebas me eximían a los ojos
competentes de aquel juez, poco me importaba que sus ojos vacilasen
pues para aquel hombre gris, la ley era contundente a mi favor. La
policía apenas me habría de llamar a declarar ante él como testigo
y poco más.
Sin
embargo la condena pública resultaba evidente, perseverante y cruel;
y hacia mella en mi persona dañando mi fama y mi propio orgullo
personal, porque si un día me levantaba fortalecido y convincente,
otro día la fatiga hacía presa en mí. Y es que la sociedad se hace
etérea cuando juzga, constante y sin matices; en esa masa carente de
forma se desvanecen las aristas y desaparecen los resquicios de la
duda, los lugares donde cobijar tu inocencia.
Esa,
y no otra, había sido la causa de que empeñara mi vida en la
investigación del caso como un detective de sombrero alicaído sobre
mi cabeza y la mirada torva y distante con un permanente pitillo
relajado en la comisura de mis labios. Un hombre lúgubre y taciturno
que hizo de la pregunta su único modo de vivir, de la molestia a
horas intempestivas - cualquiera que fuera el oscuro lugar de la
ciudad - su norma, su ley, su derecho. Aquel que hizo de sus puños su argumento, y del Colt de cinco balas su más certero encuestador.
Me
propuse descubrir quién había matado a Estefanía y por qué. Sin
otra salida que la infamia gratuita sólo quedaba la huida hacia
adelante. Sí, decidí ejercer de investigador y husmear por los
bajos fondos de la ciudad buscando alguna que otra pista que me
condujera a aquel tipo de sombrero encalado y abrigo gris hasta la
piernas, aquel espejo de mi nueva personalidad, aquel tipo que -
doblando la esquina de la Calle del Canal - girara hacia nosotros y,
entre corriendo y caminando, asestara la feroz puñalada en el
palpitante pecho de la pobre Estefanía.
Esto de continuará recuerda a aquellas series, ¿eh? Hoy se estila resolver todo de forma más inmediata o dar retorcidos argumentos para continuar las series televisivas; esas en las que nos encontramos perdidos y apenas reconocemos al final todo lo que empezó a engancharnos al principio. Este relato tiene un final coherente que en próximos días se resolverá.
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