Personajes de Cuentos para Teresa
Manthink Deal
El origen de un pirata
En uno de los cuentos de "Cuentos para Teresa" se narran las aventuras de unos piratas que secuestran a un joven de un barco perdido para rescatar un tesoro oculto. En ese cuento hay un pirata muy especial. Un hombre con pata de palo y parche en el ojo que capitanea la nave Deathly Seals, un antiguo navío español que habían robado hacía unos años.
Las historias de piratas son frecuentes en los cuentos, pero esta es bastante especial por la devoción que tienen los piratas a su jefe, por la importancia del tesoro escondido y por lo que allí sucede. El origen de la personalidad del pirata tiene, como no, su relato... porque al final nadie se pregunta por las razones que llevan a un marino a hacerse pirata.
En ocasiones los piratas son dibujados románticamente como adalides de la libertad al estilo de la Canción de Pirata de Espronceda; otras veces las leyendas del lugar hacen piratas a los españoles en el Algarve y a los Portugueses en Barbate cuando ser marino de fortuna hace buscar más allá de la frontera haciendo daño al enemigo. De alguna manera esos piratas serían en realidad personas con escorbuto y hambre, personas que no encontraron otra salida que vivir de lo ajeno, pero esa realidad no daría para un cuento, ¿verdad?
Sabemos que había naciones y reinos que daban a sus marinos patente de corso y tenemos héroes para unos y villanos para otros como Drake, Sir para los ingleses, pirata indigno para los españoles. En fin, las historias de piratas ofrecen un mundo de posibilidades para escribir y contar cuentos.
Esta es la historia de Manthink Deal, cuyas desventuras se narran en el Cuento de El Pirata y el Tesoro Escondido de Cuentos para Teresa.
MANTHINK
DEAL
Ahora
que me encuentro navegando y apartado de una sociedad a la que
desprecio porque primero me despreció a mí, ahora que la nave surca
las olas dividiendo en dos la mar, ahora que el viento azota mi cara
y silba en el vibrar incesante de las velas, ahora que mis rudos
hombres se afanan en el duro trabajo de hacer que navegue mi barco,
ahora que soy libre es hora de contar mi historia.
Mi
nombre carece de importancia cuando un montón de escombros lo
sepultan ya en un pasado teñido de fracaso y de amargura, mi nombre
poco importa. Lo importante es mi historia...
Yo
nací en el seno de una familia de pescadores de Barbate, en la
provincia de Cádiz, España. Azotado por el caluroso viento de
Levante y empapado por el salitre de una mar que jamás se detiene,
por una mar que, acostumbrada a arrastrar a mi padre a la dura faena,
se lo llevó para siempre una tormentosa mañana de invierno.
Mi
padre, llamémosle Jacinto, hacía faenas de varias jornadas en la
mar. Recuerdo, cuando era niño, observar cómo surcaba su barco
saliendo por la ensenada de mi pueblo azotado por los cuatro vientos
y golpeado por el sol de la mañana que se levantaba inquieta; y
recuerdo, desde luego, el día que haciendo caso omiso a los consejos
de la familia zarparon a pescar y encontraron la tormenta más grande
que jamás hubiera aparecido por aquel lugar.
La
mar se lo tragó con la facilidad de una ballena hambrienta y celosa
de la tierra que lo acogía más tiempo del que ella deseaba. Se lo
llevó al fondo de la mar con el ansia voraz de quien lo quería
retener para siempre, para toda la vida. Allí se quedó en el fondo
arenoso de la mar gaditana, aferrado al profundo océano que le había
dado vida y que, desde siempre, sería también su vida después de
la vida.
Mi
madre, harta de ver pescar y morir, me obligó a enrolarme en el
ejército regular, en la Infantería española. Una infantería
gloriosa que no pasaba, entonces, por sus mejores momentos. En ella
aprendí el valor de la honradez y de la camaradería, del
compañerismo hasta el final de los días. Allí entregaron muchos
sus propias vidas por mí, y allí aprendí lo que significa el
olvido de los héroes por parte de aquellos que más le deben su
recuerdo. Cada vez que veía prendida la llama orgullosa de los
caídos por su vida perdida, crecía en mí un odio infinito hacia
aquellos que los mandaban a morir por una causa que ni siquiera
compartían.
No
todo fueron derrotas en aquel entonces, pues serví a las órdenes de
Don Blas de Lezo en aquella gloriosa victoria sobre Vernon en
Cartagena de Indias. Serví en el Castillo de San Felipe y, por
ventura, que les dimos su merecido a “los hijos de la Pérfida”
en aquel entrante de mar jalonado de trampas por aquel medio hombre,
tuerto, cojo, manco y con más cojones de los que la fama le
otorgaba.
A
los pies de su pata de palo aprendí lo que una disciplinada defensa
y una tenacidad sin par es capaz de conseguir si se sabe del arte de
la guerra y se conoce de la debilidad de la soberbia y del
engreimiento de un enemigo superior.
Vernon
se largó con el rabo entre las piernas y cuentan que aquella
victoria española la sepultaron los ingleses entre mentiras y
toneladas de basura. Pero yo conservo la moneda que conmemora la
victoria de Vernon sobre Lezo, aquella que acuñaron antes de saber
que la gloria de Don Blas llenara las plazas de España para siempre.
Nuestros gobernantes no acuñaron jamás monedas en favor del medio
hombre, ni habrá escuelas con su nombre porque quien nos manda no
sabe a quien manda, no sabe el tesoro que tiene entre sus manos, sabe
de su fortuna nada más.
El
episodio que os narro y que cambió el curso de mi vida, el episodio
que me hizo abandonar la infantería española para enarbolar la
bandera negra de la calavera sucedió poco después de aquella gran
victoria acallada no solo por los ingleses sino también por los
gobernantes españoles que temían que gente como Lezo tuvieran toda
la devoción de un pueblo como el que Cartagena profesaba a Don Blas.
La
sordina española dolía más que el silencio de la Pérfida Albión.
Porque aquella era una victoria épica como las del Gran Capitán o
las de Don Juan de Austria o la de los Tercios en Flandes. Mi cuerpo
se hacía sangre a jirones cada vez que veía al medio hombre dando
cuenta de sus gestiones sin recibir los honores que en justicia le
correspondían.
Tanto
era el hartazgo de la tropa de San Felipe que decidieron enviarnos en
pleno mes de huracanes hacia el otro San Felipe situado en La
Florida, la península de playas innumerables y arenas infinitas. Tal
era el férreo control que querían ejercer sobre la plaza de
Cartagena que la deshicieron en mil pedazos dividiéndola y enviando
a sus tropas dispersas por todo el caribe. Como si la victoria pesara
más sobre su conciencia que si hubiera sido una derrota.
Así
aquellos que merecían los honores fueron castigados al ostracismo.
Aquellos que ganaron la mayor batalla naval que habían visto ojos
humanos eran condenados al olvido y la miseria de lugares sin fama ni
honor alguno.
Mi
buque, El Salvador del Mundo, zarpó de las mares cartageneras en pos
del nuevo destino. Azotado por los vientos y las tempestades se
hundió el buque con un importante cargamento de oro en su vientre y
con su pecio hundido, ciento cincuenta españoles perecieron. En una
situación milagrosa aparecí desmayado sobre un trozo de madera
varado en una playa y fui recogido por una familia de bucaneros
ingleses donde me enamoré perdidamente de su hija.
Allí
olvidé mis tierras de origen y me pusieron por sobrenombre Manthink
Deal. En el naufragio mi pierna se dañó y tuvo que ser amputada
entre brebajes que emborrachaban. Con mi ayuda alcanzamos el pecio
de El salvador del Mundo y, desde entonces, en la isla de los
piratas perdidos capitaneo un barco y embisto a los buques españoles,
franceses e ingleses en busca de su cargamento. Libero buques
portugueses y holandeses y con los esclavos que venden voy haciendo
mi tripulación.
Mis
hombres son fieles porque son libres y de cuando en cuando observo a
los buques de mi primera patria y pienso en los héroes despreciados
por aquellos que los gobiernan y sin añoranza alguna les robo lo que
ellos más quieren, lo único que aman por encima de su patria... sus
tesoros.
Ahora que me encuentro navegando y apartado de una sociedad a la que desprecio porque primero me despreció a mí, ahora que la nave surca las olas dividiendo en dos la mar, ahora que el viento azota mi cara y silba en el vibrar incesante de las velas, ahora que mis rudos hombres se afanan en el duro trabajo de hacer que navegue mi barco, ahora que soy libre es hora de decir que mi
nombre es Manthink Deal, el terror de los mares.
Esta es la historia de Manthink Deal, si quieres saber más de él... ya sabes: Cuentos para Teresa
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