El lado bueno de las cosas. Parte III

Billy Wilder... Nobody is perfect

Eustaquio Fuencisla e Irita, su amor imposible

Si hablamos de humor de lo absurdo ninguno tan capaz de entrar de lleno en la realidad más extravagante que Billy Wilder. Una de sus películas más conocidas es Uno, Dos, Tres... donde un magnate de la Coca Cola es enviado a Berlín para atender la fábrica que con el rápido desarrollo de los cincuenta y los cambios en los hábitos de consumo está prosperando en esa ciudad y en toda Europa hasta plantearse la expansión mñas allá del muro de Berlín.



Allí se encuentra con una situación kafkiana. La hija de su Jefe de Atlanta se ha casado con un joven miembro del partido comunista de Berlín Y este se la quiere llevar a vivir a Moscú. La chica, una joven atractiva, capitalista y muy consentida disfruta de un idilio con un revolucionario comunista muy convencido de la maldad de la Coca Cola y de toda la sociedad capitalista occidental.

La situación se agrava cuando James Cagney recibe la noticia de que su jefe y su esposa se van a presentar en breve en Berlín, por lo que tiene que hacer del joven comunista un hombre de provecho occidental y nada extremista.

La sucesión de gags cómicos es delirante en muchas ocasiones y el bueno de Billy Wilder demuestra como conjugar inteligencia y comedia; realidad y ficción de forma maestra, de manera que la verdad quede al descubierto a través de la comedia. Una forma de tratar las cosas importantes tal que se pierda en ellas el muro infranqueable del tabú.



Billy Wilder demuestra que nada es demasiado sagrado como para no poder ser tocado y, no por ello, tratarlo de forma seria y, de paso, hacer reír. Tal y como sucede en la secuencia famosa de "Nadie es perfecto" de la película "Con faldas y a lo loco", aquí desmonta el telón de acero unas cuantas décadas antes de que se produzca en realidad.

Pongamos fin al relato de Eustaquio Fuencisla...



DEL CUENTO QUE NARRA LA CAÍDA DE EUSTAQUIO FUENCISLA Y EL ENCUENTRO CON LOS SERES DEL AVERNO OSCURO QUE HABITAN EN EL PUENTE DEL SUSPIRO DENTRO DEL BOSQUE DE LA CANDELARIA CUANDO LUCE EL SOL Y HAY NIEBLA EN EL MONTE DEL CRISTO EL DÍA DE SAN PEDRO


PARTE 3
Enrabietado y castigado, con un rejón de muerte sobre mi espalda, pedaleé como nunca antes lo había hecho y no puse mano al freno cuando me introduje en el bosque de la Candelaria por el camino que se dirige al Puente del Suspiro donde aseguran que vagan las almas abandonadas de San Pedro, aquellos que nadie quiso y nadie quiere todavía.

El ese lugar donde permanecen de por vida llorando sus penas y vengándose de todos aquellos que se atreven a molestarlos en los días de niebla y sol.
El camino serpenteaba entre castaños y robles verdes, subiendo y bajando al ritmo de las piedras del camino y, cuanto más me introducía en el bosque, más rápido pedaleaba.

De modo que, al llegar al lugar donde el camino se escondía tras la niebla, resultaba imposible ver la senda que llevaba al Puente del Suspiro. La cadena chirriaba entre los dientes de la corona y la caja de piñones trasera; la bicicleta, mientras tanto, hacía saltar mi cuerpo entero a cada piedra, a cada bache y a cada hendidura que el agua dejaba, a modo de invernal herida, en la senda.

Y por arte de la niebla no sentí que había, en el suelo, una gran tachuela seguida del surco de la escorrentía donde la bicicleta sigue aunque no quieras. Así hubo de detener mi carrera y dar con mis huesos en el suelo, lugar donde quedé desmayado un largo rato hasta que un sonido estridente y tenebroso hizo brotar, de entre la niebla, un cuerpo extraño y amorfo que hacía que la espesura cobrara vida. Me sujetó entre los brazos y me alzó sobre ellos haciendo girar mi cuerpo entero, una vuelta, dos vueltas y, así. Hasta que, cansado de darme vueltas, me puso sobre la pila central del Puente del Suspiro.


Abrí los ojos lentamente y pude ver un círculo fantasmal de seres que tomaban cuerpo de la niebla y al contraste de la luz trasera que el sol furioso expulsaba. Se veían con claridad los rostros de aquellos fantasmas que habitaban el lugar porque nadie los quería ya y me preguntaba si era yo, después de la caída, otro de esos seres despreciados que únicamente toman cuerpo los días de sol y niebla.

Miré mis manos y después el resto del cuerpo, ¡todo parecía normal! Todo salvo ese tremendo dolor en mi espalda que me recordaba la huida por el campo y la pendiente, la huida por la senda y por el bosque, la huida por la niebla y el costalazo final al llegar al Puente del Suspiro tras la huida.



Los cuerpos gravitaban a mi alrededor sin tomar tierra ni precisar la forma concreta de los mismos. Sin embargo, eran reconocibles sus rostros.
Allí podía percibir a Roberta, la abuela de Jacinta, que murió sola porque había fallado a quien había depositado tanta confianza en ella y también se podía contar con la presencia de Segoviano, aquel vendedor de fruta fresca que incapaz de reconocer el buen género acabó por tirar la buena fruta a la basura y vender la fruta podrida a la gente del pueblo.

Recuerdo aquellas denuncias de los compradores que lo llevaron a la cárcel y, de allí, al suicidio el día de San Blas cuando las campanas tocaban a muerto. Dicen, los que lo vieron colgado en la celda, que su cuerpo golpeaba a los dos lados como si de una fruta madura y macerada de tanto golpe se tratara, con los ojos inyectados en sangre de tanto odio que fue acumulando por no comprender las consecuencias que tiene tirar la fruta buena y vender la fruta mala.

De todos los demás no sabía nada, supuse que eran personas de otras épocas que, por razones similares, se habían quedado igual que estos, perdidos en el tiempo y atrapados entre el cielo y la tierra a causa de su irregular vida.

Entonces, una voz potente comenzó a hablar de modo tenebroso y grave, muy grave:

- Somos criaturas del Averno Oscuro, perdidos para siempre en un lugar ignoto y alejado donde nadie quiere entrar y de donde nadie que entre saldrá sin pagar su peaje. ¡Eustaquio!, por haber querido estar con Irita, por haberla pretendido y por haberla perdido recibirás severo castigo. Cuando mueras habrás de regresar con nosotros en este lugar a pasar el resto de la eternidad.

Se disipó la niebla de forma repentina y desaparecieron ante mis ojos los cuerpos misteriosos, cuerpos que estuvieron a mi lado resoplando y respirando jadeantes desde el misterioso Averno que se encuentra en el Puente del Suspiro del bosque de la Candelaria, allí justo al bajar del Monte del Cristo sobre todo el día de San Pedro, en aquel día cuando estábamos de Romería.

Me levanté y me puse sobre mi bicicleta para escapar cuanto antes del lugar. Las palabras resonaban en mis oídos como un castigo lamentable y eterno, como si una lápida descansara sobre mi cuerpo muerto, y decidí correr más que nunca en busca de una nueva vida para evitar el castigo del Puente del Suspiro para siempre. Allí, bajo cuyos arcos corre siempre adolescente, el río Abalar.

Al salir del bosque nuevamente, choqué otra vez con alguien que, para mi sorpresa, resultó ser Irita que había salido en mi busca cuando me vio escapar en bicicleta. Al encontrarme, saltó de alegría porque temía que la voraz niebla me hubiera sepultado para siempre. Se lanzó a mis brazos para sujetarme con fuerza y feliz, cobijándome con firmeza sobre su pecho que sentí agradable y adolescente como el propio río Abalar: juguetón e inquieto. Me miró y me besó.

Vosotros me diréis por qué, que yo del todo no lo sé. De alguna manera, Irita rechazó a Pepín al ver que yo me iba y podía perderme – cosas de esos otros misteriosos seres que son las mujeres - y se quedó conmigo para siempre.

Y esta es la historia que me habéis obligado a contaros, supongo que para confirmar aquello del Puente del Suspiro y las criaturas del Averno Oscuro y para dar cuenta de las razones del comportamiento de Irita, pues más misterio hay en la vida del vecino que en las benditas ánimas que purgan sus penas los días de sol y niebla en el bosque de la Candelaria.

Y yo, ni confirmo ni desmiento nada. Aquellas criaturas pudieron ser delirios como consecuencia de la caída violenta dentro de la espesura del bosque y de la niebla. Lo de Irita, nada diré que ella no cuente, pues sé como vosotros que a Pepín le hacía arrumacos y carantoñas hasta la experiencia misteriosa del Puente del Suspiro. Que después de rechazarme, me aceptó sin rechistar, y hoy es mi mujer la que aquel día me condenaba a ser un alma errante para siempre. Y me redime, con su compañía, de vagar en un eterno castigo en el más cruel de los oscuros avernos existentes. Cuánto la puedo querer que, en este caso, puedo afirmar que el amor por ser ciego es un cielo para siempre>>


Dentro del Pozo no tiene nada de comedia aunque se mueva dentro del mundo de los sueños mejor imposible, de venta en CreateSpace Amazon.




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