Sereno
Segundo Premio Relato Breve
Fundación Somos de Miami
El año pasado, la Fundación Somos tuvo a bien otorgar a uno de mis relatos el segundo premio en Cuento o Relato Breve con la temática de Los Abuelos. Este relato, un poco hecho por encargo, pero con gran cariño hacia las entrañables figuras de los abuelos trata de ese momento en que los nietos simplemente pueden acompañar el silencio de unas personas que vivieron, quizás intensamente, y queda en el fondo de su mirada el fulgor de un tiempo ya pasado.Sin más dilación, ahí queda el relato.
AL FONDO DE LA SALA
Atardecer del blog "A flor de piel" de José García - foto inmejorable para servir de pie a esta breve historia - Ruta: link |
El abuelo estaba - como cada mañana -
al fondo de la sala, al lado de la chimenea donde el ventanal daba
más luz, cubierto por una manta de cuadros, encorvado y con una
boina calada. A su lado, un bastón de madera noble y con la cara de
un león de marfil en la parte más alta, descansaba. Un león que
acariciba con fuerza, él, toda la mañana.
El crepitar triste de la chimenea
iluminaba su cara de hielo que se volvía azulada en invierno; poco a
poco - según entraba la mañana - nos íbamos acercando sus nietos
para hacerle compañía por turnos y en silencio.
Primero era yo quien me sentaba a su
lado mientras le frotaba las piernas con esa manta de cuadros para
que no sintiera ese helador frío de la mañana. Entonces su cabeza se alzaba
mostrando sus ojos, tan claros eran como el día que en el
ventanal se reflejaba; sin embargo su mirada era triste y soñolienta. Una mirada clara, pero una mirada apagada que sólo
mostraba el brillo de los años olvidados.
En ocasiones - en muy pocas ocasiones
- esa mirada se encendía con mi sonrisa y entonces hablaba. Me
contaba la historia de cuando surcó los mares en un barco velero que
se llamaba Sereno; un barco ligero con velas blancas y claras que
flotaban al viento y empujaban los mares, un barco que se deslizaba
de oriente a occidente dejándose arrullar por los rayos, las
tormentas, loa ciclones y los truenos.
Tras diez minutos felices en que sus
brazos volaban mientras su boca entonaba canciones y poemas de
barcos, de libertad, de vientos y de juventud; su voz se callaba; sus
brazos caían vencidos por un peso invisible que los inmovilizaba, su
mirada incendiada se apagaba como si una tonelada de agua sobre la
mirada ardiente de mi abuelo cayera mojando las interiores llamas.
Entonces llegaban las horas de plomo,
las horas oscuras del alma; esas horas en que recordabas su
locuacidad cantora, su espíritu indomable y feliz que le condujo a
surcar todos los vientos y a beber todos los mares. Horas calladas
que se cortaban como un filo de navaja que segaba el alma.
Los nietos nos íbamos turnando para
no dejarle solo por la mañana; pero esas mañanas, yo me quedaba a
solas con él todas las horas para esperar un nuevo momento de luz,
un nuevo recuerdo de su juventud de oro, o de su madurez de plata...
Y las horas pasaban y no sucedía nada, entonces me marchaba no sin
antes cerrar sus pestañas, pues parecía que estaba dormido a pesar
de que sus ojos miraban a la luz de la mañana.
Un día muy de mañana, me acerqué a
la casa de la Tía Lalita, allí donde mi abuelo vivía sus últimos
días. Me acerqué a la sala para ver si estaba el abuelo como cada
mañana. Miré al rincón, sin decir a nadie nada; allí, al lado de
la chimenea que crepitaba con lástima; allí, donde la luz entraba
furtiva e inquieta; allí, donde un bastón de madera noble y cabeza
de león descansaba sobre el suelo; allí, en aquel rincón ya no
había nadie. No estaba la silla de ruedas, ni la manta de cuadros,
no estaba calada la boina sobre el abuelo como cada mañana... Allí
quedaba tan solo un hueco, un agujero que horadaba el alma.
Giré la cabeza y vi a mi Tía Lala,
la mujer de eterna sonrisa que siempre vivía en la cocina entre
fogones que cocinaban muy de mañana la comida de una tropa de
hambrientos.Me miró con los ojos tristes y la mirada callada. Así,
a lo lejos, me dijo una sola y breve frase: “ha terminado el
viaje”.
Supe entonces que aquel barco que fue
de mi abuelo, aquel barco que olía a libertad y a vida, aquel barco
cuyas velas rasgaron todos los cielos y abrieron estelas en la mar
imborrables - a pesar de que en el mar todo se borra -, había
llegado al destino de todos los barcos que quieran llamarse Sereno;
un destino de paz y horizontes, un lugar de estrellas reverberantes
en lo alto guiando el camino, una estancia donde los marineros se
cuentan historias de mares remotos, de tierras extrañas, de guapas
mujeres esperando en puertos misteriosos.
Allí estará mi abuelo contando sus
historias al lado de una chimenea de radiantes llamas donde el
crepitar feliz del fuego se funda con la luz de la mañana, donde la
cabeza mira al frente siempre y la mirada sea clara y diáfana, donde
los leones que son cabeza de bastones de noble madera rujan siempre
con la boina calada y en sillas de madera. Allí estará mi abuelo
contando historias de barcos cuyo nombre siempre será el mismo y se
llamará, también allí como aquí,... Sereno. Porque hay cosas que no cambia la muerte ni la nada, hay cosas que permanecen igual siempre: el carácter de un hombre cincelado por los vientos de la mar.
Queda al fondo de la sala, una silla
de ruedas vacías... Allí ya no está mi abuelo, pues surca los
ignotos e infinitos mares de una travesía eterna a bordo de un barco
de nombre eterno, de nombre... Sereno.
FIN
Aunque soy más de relatos negros, policiales y algo de terror; de vez en cuando no viene mal pararse a recordar las viejas glorias que llegremos a ser, los antiguos momentos que olvidaremos... porque al final ¿qué seremos al final sino un puñado de recuerdos llamados a desaparecer?
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