The River

Las canciones míticas

El origen de las cosas: el amor, la vida,...

Bruce Springsteen es quizás el único intérprete que entre disco nuevo y disco nuevo, vuelve a publicar CD´s o DVD´s conmemorativos de alguno de sus LP´s o Conciertos históricos. Y es que Bruce Springsteen es una leyenda viva.

En la actualidad ha reeditado el disco The River bajo el título de: The Ties that Bind, evocador título que habla de los lazos que unen a Bruce Springsteen con sus fans y viceversa. Poco público puede ser más fiel que los que seguimos a Bruce Springsteen y no creo que haya un intérprete tan fiel a su público como el propio Springsteen.

Cartel de The River Tour
Este disco conmemorativo es mucho mayor que el original "doble" de The River, pues contiene hasta 52 canciones que incorporan - además de las originalmente editadas - unas cuantas que, aunque descartadas en su momento, fueron posteriormente recuperadas concierto tras concierto y recopilación tras recopilación. Es, en cualquier caso, una joya para cualquier amante de la música del autor de Nueva Jersey.

Y ahí lo tenemos de regreso en el Río, en su río, enfundado con su Fender Stratocaster y acompañado de su descomunal E Street Band - que, a pesar de las inestimables bajas, sigue construyendo su leyenda concierto tras concierto y atravesando "carreteras de trueno" en busca de su "tierra prometida" -. Y parece que arrasando... como siempre y en plena forma.


Pero vayamos al asunto, la canción que daba nombre al título es quizá una de las mejores baladas de la historia. Una canción intimista y evocadora cuyos acordes te van introduciendo lentamente en un mundo de nostalgias de tiempos mejores hasta que una voz desgarradora y un cambio de ritmo descomunal te inunda como si estuvieras dentro mismo del río, empapándote de aquella felicidad y del sabor de los primeros besos cuando los problemas económicos no acuciaban a la pareja.

Una canción romántica, emotiva e, incluso dura, que cuenta - según dicen - la historia vivida por la hermana de Bruce Springsteen, Cuentan que cuando la interpretó por primera vez, ella estaba presente y entró agradeciendo emocionada la canción en el camerino de su hermano. Claro que yo no estuve allí para presenciarlo, pero habrá que creerlo si lo dicen.



Como toda gran melodía, lo bueno es que casi todos podemos aplicarnos algo del cuento, pues de alguna manera nos sentimos identificados con ese lugar en donde todo nace, también el amor; pues el río es un lugar poético que evoca el nacimiento, la vida, la explosión de la naturaleza más rica y diversa. El río - The River - es el origen de todo lo bueno, el lugar al que queremos regresar cuando todo va rematadamente mal. Volver al origen y empezar de cero... si pudiéramos.

Allí donde los cuerpos enamorados pedían guerra sin piedad, donde los besos prometían un mundo eterno que, al final, no fue tal por la esquiva fortuna, por los mediocres problemas económicos de nuestra rutina diaria. Allí, en el río, donde nuestros cuerpos estaban tan próximos que podíamos sentir cada respiración, cada aliento que insuflaba vida, cada bocanada de aire que entregaba toda una tierra prometida.


Unos recuerdos que atrapan como una trampa sin salida, como una maldición, como una mentira que te condena - una y otra vez - a regresar nuevamente a ese río de aventuras juveniles y pasión sin medida. ¿Quién no alberga recuerdos de algún río como ese en su memoria?

Aquí os dejo la letra de la canción y un extraordinario relato breve que habla también de volver al origen, si se puede.. Y como el autor de un escrito puede hacer lo que quiera, esta vez quizás si pueda retroceder las cosas.

THE RIVER (Bruce Springsteen)


I come from down in the valley
where mister when you're young
They bring you up to do like your daddy done
Me and Mary we met in high school
when she was just seventeen
We'd ride out of that valley down to where the fields were green

We'd go down to the river
And into the river we'd dive
Oh down to the river we'd ride

Then I got Mary pregnant
and man that was all she wrote
And for my nineteenth birthday I got a union card and a wedding coat
We went down to the courthouse
and the judge put it all to rest
No wedding day smiles no walk down the aisle
No flowers no wedding dress
That night we went down to the river
And into the river we'd dive
Oh down to the river we did ride

I got a job working construction for the Johnstown Company
But lately there ain't been much work on account of the economy
Now all them things that seemed so important
Well mister they vanished right into the air
Now I just act like I don't remember
Mary acts like she don't care
But I remember us riding in my brother's car
Her body tan and wet down at the reservoir
At night on them banks I'd lie awake
And pull her close just to feel each breath she'd take
Now those memories come back to haunt me
they haunt me like a curse
Is a dream a lie if it don't come true
Or is it something worse
that sends me down to the river
though I know the river is dry
That sends me down to the river tonight
Down to the river
my baby and I
Oh down to the river we ride





Nadie sabrá mi paradero

La rosa se deshojó dentro de mi puño con enorme facilidad. Me sentí poderoso.

Caminando por el Parque del Oeste la ciudad se me perfilaba como una serie de sombras temerosas e inquietas a consecuencia de una maldición impuesta entre grava y cemento; mientras tanto, los rayos tempraneros del sol de un verano cruel y plomizo incidían con la intención de atravesar las paredes de los edificios con un espíritu asesino, como dando cumplimiento a una venganza amasada lentamente, enfriada por el tiempo y caldeada por el ansia que en la espera germina y crece; una venganza masticada a fuego lento y mistificada desde el rigor del frío invierno hasta el calor impertinente del verano.

Decidí entrar en la rosaleda donde el tiempo se detiene y amansa a la espera del momento fijado para la entrega de la mercancía. “La mercancía”, curiosa forma de llamar al asunto de nuestro negocio. Entre los rosales varios y dispersos me permití el lujo de divagar.

Hacía tiempo que el bien y el mal era algo irrelevante en mi forma de vivir, la delgada línea que los separaba con una meridiana claridad en mi juventud se había esfumado a fuerza de repartir pequeños paquetes de esa... “mercancía”. Un negocio con grandes ganancias, es verdad, aunque con mayores riesgos de los que la mayoría estaba dispuesto a asumir. Recordé, entonces, punto por punto, la conversación que tuve con el Jefe el día en que decidí dar el paso hacia los turbios asuntos a los que me dedico...”En este negocio vale más la palabra de menos y no cometer errores. No queremos..., despreciamos hasta el límite de la vida, a las personas con imaginación”

Así que cerré mi cabeza y sometí mi vida al escrúpulo de la hora y de las órdenes impuestas. Ni un solo error había cometido desde aquel día, con puntualidad británica fui deshojando los pétalos de la flor del bien para dejar mi espíritu yermo e insípido. Sin embargo, el día había comenzado mal... las horas de la madrugada me fueron descorriendo un velo en la cabeza y mi memoria, traidora a todo principio impuesto, me hizo recordar aquel tiempo en que, a pesar de todo, conservaba la conciencia como una pequeña luz de un comportamiento equívoco pero bienintencionado.

Al contemplarme en el espejo antes de salir a esta cita concertada en el parque madrileño donde habitan los muchos colores y los olores heterogéneos, pude ver con meridiana claridad la sombra de unas ojeras rigurosas y moradas. Ese luto de mis ojos tiraba con violencia del resto de mi rostro y dejaba dibujadas las huellas de los años en forma de arrugas profundas que marcaban la cara entera como los surcos de un campo abandonado a su suerte.

Estuve haciendo acopio de recuerdos toda la mañana hasta que algo me reclamó por entero y me detuve ante una rosa perfecta, una flor precisa y abierta de forma impenitente hacia la vida, hecha solo para orlar con su belleza a la belleza misma. Erguida y firme se levantaba amenazante ante mi mirada; retadora, me informaba de que su belleza era inagotable pues solo el tiempo, el agua y el frío la escondería para regresar cada primavera con más poder, ya que el solo hecho de resucitar cuando los vientos cesan le aportaba prestigio y resultaba la verdadera imagen de la eternidad. Ningún mal la perturbaba, ningún bien la conmovía; ella era la belleza pura: breve e intensa, pero eterna. En eso descansaba su poder, en que moría cada vez para regresar otra vez a la vida, nuevamente y como siempre.

Sus pétalos y los surcos de mi cara competían como fractales azares de un destino que me había castigado más que la tierra a la flor. No pude soportar al ver en ella a mi juventud prometedora, y la tomé en mi mano cerrando el puño fuertemente... conteniendo la corona para deshacerla lentamente y para siempre. Los pétalos cayeron suaves y alegres, quedando en el suelo depositados hasta que ese sol vengador consumara su final quemándolos definitivamente. La rosa murió aplastada por mi mano cruel... y me sentí poderoso. Un dios capaz de aniquilar la vida más hermosa, la inocencia más pura que finalizaba su recorrido como en un cenagal sin vida ni belleza.

Mi conciencia quedaba nuevamente acallada al contemplar que esa belleza, como el bien, se apaga fácilmente; bastan unas mínimas gotas de violencia.

Miré a lo lejos a la espera de la persona que traería el paquete marrón mientras separaba mis manos de la eterna flor... Unas gotas de sangre resbalaban de mi mano hacia el suelo y el dolor agudo irradió hasta mi corazón como el rayo impertinente de una tormenta en una noche de verano, y se detuvo en un chasquido; mi cuerpo cayó como el plomo en el suelo sin remisión alguna. Desde allí, tan lejos y tan cerca, pude contemplar los pétalos caídos y el tallo enhiesto mirando mi rostro descompuesto, las finas agujas que apuntaban a mi mirada que se desvanecía... y comprendí que si se apaga la belleza, se desvanece con ella la vida.

Cerré los ojos para dar por finalizada mi actuación cuando una voz alarmaba de mi presencia sobre el suelo, pude leer - antes de morir - que un cartel avisaba de la maldición de esa flor, de los pinchos venenosos que la hacía inmortal... pues nadie se había atrevido a tocarla a lo largo de los siglos. “La flor eterna” escondía un veneno misterioso que acababa con toda forma de vida que osara importunarla.

Y recordé los versos de Bécquer:

Mi vida es un erial,
flor que toco se deshoja;
que en mi camino fatal
alguien va sembrando el mal
para que yo lo recoja.”

Pensé, amarrado a mis recuerdos, que “este despojo tuvo conciencia como esta flor tuvo belleza; y la belleza se conserva en el recuerdo de esta rosa. Así también mi conciencia”.

Me desperté de forma repentina rodeado por personas desconocidas en la rosaleda del Parque del Oeste, me levanté como si no hubiera sucedido nada, jovial y decidido, saludé caballerosamente y me fui tranquilo ante la mirada atónita de quien portaba esa “mercancía” y de todos los que observaban - alarmados - la trágica escena que se convirtió casi en comedia.

Los pétalos de la flor se recompusieron por sí solos como por arte de magia. No me pregunté el porqué de todo esto, la razón última de lo sucedido; no me pregunté el porqué de mi despertar insolente. Pero sí puedo asegurar que me sentí compasivo al ver la flor recompuesta de nuevo.

Me fui silbando a solas sin echar la vista atrás... Nunca más regresé a ese lugar ni nadie - desde entonces - sabrá mi paradero.

La Rosa se recompuso nuevamente porque tengo conciencia. Fue igual de fácil resucitarla y me sentí compasivo.

FIN

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